Adiós Dindurra
A lo largo de los años, han sido muchos los lugares emblemáticos cuyas puertas he visto cerrarse en Gijón. Recuerdo con nitidez los cines Hernán Cortés, hoy convertidos en el flamante casino de Asturias; no me olvido de todas las veces que acudí al teatro o al cine en el Arango, que hoy es un enorme complejo dedicado a la estética; tengo una vaga memoria del Cine Robledo, que estaba ubicado en un edificio cuyos bajos albergan hoy un restaurante de comida rápida y me acuerdo, como si estuviera en sus pasillos de moqueta roja, de los Multicines Hollywood, que cerraron sus puertas en 2005.
Pero no sólo va de cines la cosa. Sin ser tan emblemáticas, han ido cerrando en esta ciudad tiendas de barrio, librerías, boutiques de ropa y otros establecimientos que eran una parte viva del entorno en el que se encontraban. Pienso concretamente en la céntrica calle Uría, que ha dicho adiós a numerosos negocios en cuyos locales hay hoy almacenes y tiendas de ropa china que, además de ser de una calidad asombrosamente mala, se expone en unos escaparates estéticamente disuasorios.
Así, en medio este panorama globalizador y decadente que arrasa con casi todo lo que tiene cierto carácter, la puerta del mítico Café Dindurra se cerró hace dos días tras el fallecimiento de su propietaria. Este cese deja en muchos ciudadanos un vacío difícilmente reemplazable y cierta estupefacción ante la desaparición de un lugar que, como Gijoneses, considerábamos, sin saberlo, un poco nuestro y un poco eterno. Casi como si cerrara la playa, o como si lo hicieran la Biblioteca Jovellanos o el Cerro de Santa Catalina: lugares tan emblemáticos, testigos de tantas historias, de tantas vidas, que parece imposible que puedan llegar a borrarse del mapa social y arquitectónico de la ciudad.
Más de cien años ocupando esa fría esquina de Begoña, dando cobijo a clientes asiduos o fugaces, sirviendo refrigerios al público del Jovellanos, que accedía directamente desde el teatro durante los intermedios de obras y conciertos. Más de cien años de historias que quedarán encerradas entre sus paredes y amplios ventanales hasta que, si nadie lo impide, se instale en el local algún negocio, tal vez de comida rápida, tal vez perteneciente a alguna macro cadena de supermercados o, peor aún, de bazares chinos.
De haber sabido que el Dindurra iba a cerrar sus puertas, habría saboreado aún más las tortitas que merendé en una de sus mesas hace pocas semanas. Me habría fijado más en los detalles, en las fotos de la pared, en las caras de los personajes que asiduamente le daban vida a la mítica cafetería... En fin, que ya no hay nada que hacer salvo que el Ayuntamiento o algún empresario sensibilizado con la historia del lugar se hagan cargo del mítico negocio. ¿Adiós Dindurra?
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