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La derrota ignorada

25 de Noviembre del 2013 - Carlos Muñiz Cueto (Gijón)

A pesar del desprecio que muchos asturianos sienten por el franquismo, pocos perciben la gran derrota que nos infringió y que, por ignorada, a pocos humilla.

El carbón no era rentable y tras la revolución del 34 su capital pretendió irse; pero la guerra civil y la segunda guerra mundial les hicieron quedarse para hacer caja: de ese carbón salieron los principales ingresos de la España de entonces. Además, también se necesitaba carbón aquí: locomotoras de ferrocarril, motores marinos, diferentes máquinas de vapor y termoeléctricas. Los héroes de aquella batalla económica están muertos. Después, cuando el carbón ya no era rentable, se creó HUNOSA. Se transfirió así la propiedad y los problemas al Estado. El cual, resolvió mantener el tajo creando la drogodependencia económica de la región. Terminada la segunda guerra mundial, con la competencia del carbón exterior aumentando, ¿qué podía ofrecer España?: barcos. Así nace Ensidesa para el suministro de chapa a los astilleros; y, como la industria necesitaba energía eléctrica y el campo regadío, surge la fiebre constructora de grandes pantanos y centrales hidroeléctricas. Ante tanta actividad pública, el capital siderúrgico privado intentó hacer negocio también, pero viendo que no era rentable por separado, se unió para crear Uninsa. Una vez más, hecha caja con toda la movida constructiva, se la vendieron por un buen precio al Estado que, obviamente, la fusionó con Ensidesa. Así se incrementó nuestro engaño. Y es que, cuando se da información de la situación industrial de Asturias y del sector del Metal en concreto, debería separarse el sector siderúrgico y toda actividad empresarial cobijada bajo su manto, sólo así se sabría la realidad y cuán creativo es el sector Metal-Mecánico generando valor añadido. Es más, cuando se hable de exportaciones desde Asturias, debería apartarse del estudio a ArcelorMittal, Azsa, Alcoa, Bayer, Ceasa, porque son exportaciones de primeras trasformaciones y sólo se deberían cuantificar las exportaciones de las últimas transformaciones, sólo así sabríamos cuánta es nuestra independencia y futuro. Otras preguntas clave serían: ¿cuánta potencia tenemos en prensas para matricería?, ¿cuánta potencia en máquinas de inyección de plástico?, ¿cuántos robots producen o se reproducen en Asturias? Contestemos y hagamos la comparativa con otros lugares, entonces sabremos vernos en el espejo sin engañarnos.

Cuando en China se hacía la revolución cultural, aquí seguíamos manufacturando chapa para barcos que armaban técnicos venidos de fuera: la hostelería del Natahoyo se regocijaba. Era el momento de apostar por la ciencia, la tecnología y la automatización; pero, eufóricos, subvencionábamos cursos de francés para iniciar la formación de los «fondos de formación y empleo del naval». ¿No sé en qué queríamos reconvertirles?, y por ahí seguido. La competitividad y la riqueza pasan por la robotización, la creatividad y la innovación permanente. Tras treinta años de reconversión no tenemos robots, ni automatización, ni contenidos, ni estructura formativa. Sin ellos: no es posible la innovación, la creatividad, ni la visión de futuro. Y es que, por no enseñar, no enseñamos ni la filosofía necesaria para saber pensar; y, sin saber pensar, no hay necesidades, ni preguntas, ni respuestas, ni éxito. Han pasado treinta años desde la revolución cultural china y bienvenida sea China si nos trae inversión y tecnología comprando al Grupo Temper; pero de revolución ya vamos servidos tras ochenta años de la nuestra. No pagaremos con ratones, sean blancos o negros los gatos que los cacen, o rojos los ratones. No podemos soportar más, sólo esperamos lo inteligente y no más absurdos. Para empezar: ¿qué tal que todo el «symploké» entre para el examen final?

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