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La vocación, una actitud vital

27 de Junio del 2009 - María José García-Pintos, en representación de la Familia Portillo (Oviedo)

En fechas recientes hemos sufrido la dolorosa pérdida de nuestro abuelo Juan Manuel. Aunque debilitado últimamente por el peso de los años y los ingratos avatares vitales que hubo de padecer, sacó fuerzas de flaqueza hasta su último aliento para darle contenido tangible a la máxima que orientó no solo su vida profesional, sino su actitud vital: «La íntima satisfacción del deber cumplido». Su ejemplo, inasequible a la adversidad y el desaliento, es el que nos obliga ahora a nosotros a cumplir con «nuestro deber» en términos de agradecimiento.

Por las limitaciones físicas propias de su edad, Juan Manuel tuvo que precisar en este último tramo de su vida de ayuda profesional que le posibilitara el mantenimiento de una calidad de vida aceptable dentro de sus limitaciones. Tuvo la suerte de contar para ello con la cálida asistencia del personal de la Residencia Aramo, propiedad de Belén Chans y eficazmente gestionada por su hijo, Ignacio Sánchez Chans.

Como hemos indicado con anterioridad, el objetivo fundamental de estas breves y sinceras líneas, fruto del sentimiento, es materializar nuestra gratitud a Belén e Ignacio en representación de todo el equipo humano de la residencia. Tradicionalmente se ha dicho que uno trabaja donde puede, no donde quiere. Desafortunadamente, en los tiempos que corren, deudores de un materialismo voraz, este aforismo popular cobra indeseada vigencia. No obstante, existen ciertos ámbitos profesionales en los que «no todo vale», y la vocación es condición necesaria, que no suficiente, para poder llevarlos a término. Sin duda alguna, el ejemplo de Belén y el personal a su cargo es una muestra palpable de ello. La significación de la debilidad humana, y la paciente y cálida entrega a los demás como guía, no sólo de un desempeño profesional, sino como se indica en el encabezamiento de estas líneas, de una actitud vital, sólo puede ser fruto de una sólida vocación fundamentada en íntimas convicciones.

Podrían ser numerosos los ejemplos (una mirada tierna, una palabra de ánimo dicha a tiempo, una sonrisa...) que ilustrasen el contenido de estas líneas, pero no queremos ni mucho menos extendernos y desvirtuar con ello el contenido de las mismas. Para resumirlo y trayendo a la memoria a ese cronista de los ámbitos más sórdidos de la condición

humana que es el mexicano Aller Mendoza, podemos concluir que «todo se puede fingir, excepto el amor». Gracias a todos los que habéis ayudado a Juan Manuel a sentir que el amor con mayúsculas existe más allá de los vínculos de la sangre, y que el mensaje de Jesús de Nazaret está más vivo que nunca en estos tiempos de confusión desvalorización de la condición humana.

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