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Adiós al Dindurra

28 de Noviembre del 2013 - Rubén Franco González (Pola de Siero)

Si recientemente escribíamos sobre el cierre del Corner (LA NUEVA ESPAÑA, 11 noviembre 2013), ahora hacemos lo propio con el Dindurra. Si el pub ovetense estuvo abierto durante casi medio siglo (45 años: 1968-2013), el clásico local gijonés supera el siglo (112 años: 1901-2013). Se nos va el Café Dindurra (al menos, de momento), una auténtica referencia para varias generaciones. Pasaban las décadas y el Dindurra seguía siendo local de referencia y punto de encuentro inexcusable para los gijoneses y los que no lo son. En nuestro caso, que no hemos nacido ni vivido nunca en Gijón, sentimos el cierre del Dindurra como lo que realmente es: una muerte. Era un sitio acogedor, que siempre nos recordaba al Café Gijón de Madrid (abierto en 1988, por tanto, del que se cumplen 125 años, y el cual ha pasado de la situación crítica del año pasado por la famosa polémica de la terraza a unas obras para remodelar la misma), aún antes de que conociéramos éste in situ.

El Dindurra ha vivido todo el siglo XX y los primeros años del XXI. Ha visto la restauración borbónica alfonsina, una dictadura, el convulso período segundorrepublicano, una guerra civil, el franquismo, la cacareada, discutida y discutible Transición, y, de nuevo, una restauración borbónica, en este caso, la juancarlista, la que ha dado lugar a la democracia coronada del 78, régimen que disfrutamos (¿sufrimos?) desde entonces. ¿Habrá algún insensato que se alegrará del cierre del Dindurra por percatarse ahora de que existía en época franquista? Será para el insipiens un abominable local donde servían cafés fascistas, en vez de los democráticos cafés con leche (mejor aún, café au lait, ya que, como se sabe, el afrancesamiento y sus mitos -entre ellos el de la Ilustración- son norma de los biempensantes y de lo políticamente correcto). Bien cerrado está, pensará. Nada podemos hacer ante tal necedad.

 

   El Dindurra recordaba ese ambiente burgués que tanto gustan algunos de vincular a la sociedad ovetense, cuando ejercen de sociólogos. Se podía disfrutar de un café, de una tertulia, del vermú, de la merienda o del partido de fútbol (aunque en una única pantalla, situada encima de la entrada, lejos de casi todo. Se plegó a una modernez como la televisión para no perder clientela, y, aunque hay quien piensa que tal vez debiera haber permanecido sin ella, lo cierto es que la tenía pero de modo discreto, como si no quiere la cosa). El acompañamiento de cada consumición de una tapa, dulce o salada, era una máxima del Café.

 

   El Dindurra estaba comunicado por una puerta interior con el anexo Teatro Jovellanos. Así, en las representaciones con intermedio se podía (y casi diríamos que se debía) entrar a tomar algo rápido, en los quince o veinte minutos de interregno. Todavía hace unas semanas, el pasado sábado 5 octubre 2013, vimos cómo los actores que iban a representar Emilia una hora después estaban tomándose algo antes de ponerse a trabajar (al igual que los espectadores que asistirían a su función, como era nuestro caso).

 

   En el Dindurra se podían encontrar clientes de todas las edades. Aunque hay quien asociaba el Café a una clientela anciana (así lo relata García Martín en su artículo del pasado domingo 24 noviembre 2013), la realidad es que como buen local cabían distintas franjas de edad. Al Dindurra se iba a desayunar y a merendar. Había clásicos del local que con un agua y, tal vez, un trozo de tarta, se sentaban en una mesa y dejaban pasar el tiempo con tranquilidad (quizá mientras leían la prensa).

 

   La verdad es que se nos va un local mítico. Esperemos que reabra en un futuro y el público habitual vuelva de nuevo a su Dindurra. Y que nuevos clientes lo descubran. El Dindurra es de todos (aunque algo más de la familia Ortiz, dueña de la empresa Zitrón y del Dindurra, y no de Rafael Nosti, hijo de la fallecida Margarita Huerta García, aunque se hable de vacío legal). Pertenece a la historia de Gijón, a ese Gijón del alma, como canta Vicente Díaz y que aparece inmortalmente retratado en los primeros minutos de Volver a empezar (1982, J.L.Garci), mientras Albajara (Antonio Ferrandis) recorre la ciudad al ritmo de la melodía del Canon de Pachelbel.

Unos días antes de su cierre estuvieron en el Dindurra unos amigos ecuatorianos, los hermanos Carpio Herrera (David y Francisco), de visita por España (con motivo de conocer en persona a su maestro en la distancia, al filósofo Gustavo Bueno, como recogió este diario el pasado 12 noviembre 2013). Fueron unos afortunados. Podrán contar al otro lado del charco que estuvieron en el Café que abrió un 21 junio 1901 (dos años después de la apertura del Teatro Dindurra -Jovellanos-, en julio de 1899) y que ellos prácticamente clausuraron. Siempre les quedará el Dindurra.

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