Plumas delirantes
Uno, que se reconoce un algo masoquista, todavía conserva ese grado de atrevimiento tan necesario para enfrentarse de cuando en cuando a la lectura engendrada por la pluma efervescente, vesánica y delirante de Javier Neira.
Hoy, veintiocho de noviembre, es uno de esos días en los que la curiosidad malsana provocada por el lucífero titular (nada que ver con Lucifer) te empuja sin remedio hacia un mundo surrealista ausente de color.
Hay que reconocerle al señor Neira la habilidad que tiene para vestir de luto integral todo aquello que toca su pluma. Tan negro como el líquido reproductor de sus ideas. Recuerda, salvando las distancias de género, a Bernarda Alba. No deja resquicio para la luz de la esperanza. Es como un dique de contención para la sonrisa. Tal es su falta de mesura expresiva que puede convertir Cien líneas en un drama existencial próximo al paroxismo.
No es que sea la primera vez pero sí la última, al menos hasta el día de autos, en que Neira se da un baño de letras tenebrosas. Es del todo recomendable no leer a don Javier ni en grupo ni bajo los efectos de ciertos fármacos porque podrían llevar al suicidio colectivo.
Y no crean exagerado lo que aquí se expresa, no, señor. Carro fúnebre, revolución, doble secesión, tremendo terremoto, chantaje nacionalista, lacra socialcristiana, España mutilada, dictaduras, sojuzgados, etcétera, son parte, junto al nombre propio de Jiménez Losantos, del jolgorio plañidero que acompaña al carro fúnebre de su interpretación política, social y religiosa de la actualidad nacional.
No es de extrañar que con tantas alegrías que nos brindan sus escritos, don Javier Neira tenga que hacer recomendaciones terapéuticas pos lectura; aunque hoy se le olvidó. Vaya por Dios.
Para la terapia de esta semana contra los malos augurios, se recomienda vivamente escuchar Ronda de los Enamorados, de la zarzuela La del Soto del Parral y si el tiempo se lo permite, la zarzuela completa.
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