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El fútbol, ¿un escándalo necesario?

27 de Junio del 2009 - Pedro Bengoechea Garín

Subtítulo:La cotización de un jugador superclase no tiene límites

Destacado: ¿Cómo se puede compaginar el gusto por el buen fútbol sin claudicar de los deberes fundamentales de solidaridad con nuestros semejantes?

Desde luego que no lo fue desde tiempos pretéritos del lejano oriente y del continente europeo donde se sitúa su inicio (S.III a.C.) y se practicaba como una especie de actividad prefigurada de lo que constituye hoy este fenómeno social llamado fútbol. Su verdadero auge arranca a partir del siglo XVIII en las islas Británicas y especialmente en sus «colleges» del siglo XIX donde adquiere su forma actual en todo su sistema de funcionamiento: reglamentación, tácticas, ubicación, espacios, etcétera. Las tácticas desarrolladas fueron evolucionando, generando los diversos estilos de juego: de acciones veloces y de largo alcance hasta individualidades caracterizadas por la brillantez, el virtuosismo, la habilidad de regate o desmarcaje. Pero el momento más significativo se produce en la década de los años cincuenta y sesenta cuando los equipos se lanzan a la búsqueda de la excelencia. Se invierten las mayores cantidades de dinero en el fichaje de fenómenos, y especialmente el fútbol se convierte en fenómeno social, fenómeno de masas, que moviliza enormes capitales y desarrolla una febril actividad empresarial. Los estadios se convierten en foros de decenas de miles de espectadores. Todo ello requiere fuertes inversiones para hacer frente, particularmente, a los gastos de las plantillas de jugadores y técnicos. La Liga profesional se concibe como un saneado negocio, en virtud del creciente taquillaje y del sistema de socios. Muchos equipos son hoy potentes empresas financieras. Sus actividades empresariales superan cualquier previsión. En el sistema tiene un papel decisivo el fichaje y el traspaso. Un jugador superclase se cotiza en función de su rentabilidad. No tiene límites su cotización, alcanza cifras astronómicas, impensables, escandalosas, que podrían constituir, incluso superar, el presupuesto nacional de muchos estados del tercer mundo. Quiere decir esto que la actividad empresarial o la gestión de algunos equipos desborda el marco puramente futbolístico. Presencia de masas, movilización de enormes capitales, intereses de toda índole, el fútbol ha dejado de ser una actividad puramente deportiva para constituirse en un fenómeno social y financiero de enormes proporciones, y convertirse a la vez –lo que es más grave– en instrumento de interpelación para nuestras conciencias. En medio de tantas necesidades de primerísimo orden a nuestro alrededor (sólo en España cuatro millones de parados), ¿cómo es que siga atrayéndonos cada vez más y con más interés y atención, como algo prioritario en nuestras vidas, cualquier hecho o dicho referente al ídolo fútbol que surge en cualesquiera de los medios de comunicación cotidianos y trata de arrastrarnos? Me gusta el buen fútbol, incluso espectacular, soy ferviente seguidor de mi equipo, deseo esté integrado por excelentes jugadores que obtengan buenos resultados y ganen las mejores competiciones, pero ¿cómo se consigue todo eso sin claudicar de mis deberes fundamentales de solidaridad con mis semejantes necesitados, sin establecer un orden de prioridades en las ayudas, sin invertir la jerarquía de valores, sin atentar contra la dignidad de las personas? Son los dilemas del hombre de hoy que exigen claras y rápidas resoluciones.

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