La culpa es de los padres, ya sean políticos o no
Otra vez el informe PISA de educación. Y una vez más (y ya no se sabe cuántas van) deja la educación española por los suelos. Los alumnos españoles fallan en Matemáticas, Ciencias y en comprensión lectora; muchos hacen novillos, bastantes repiten y los que no, están rezagados. ¿La culpa? Puede ser de la LOGSE, la LOCE, la LOE, la LOMCE etcétera. Pero también es de los padres, de esos políticos que son padres y que envían a sus hijos al colegio alemán, al liceo francés y al british. Eso sí, castigan al resto con unos impuestos altísimos, para sufragar un sistema de educación inadecuado e ineficiente, y, para colmo, ni siquiera se puede elegir libremente el centro que se quiera para los vástagos de los pagadores de impuestos.
Estancados en esta rutina, tampoco nos atrevemos a implantar modelos de educación exitosos, como por ejemplo la educación diferenciada-bilingüe, y se insiste en el error bajo el lema educación pública de calidad y gratuita. Hay algo políticamente incorrecto en todo esto y es que son muchos los padres que gritando este eslogan ponen una consola en las manos de su hijo en vez de un libro o un instrumento musical o cualquier artilugio que implique poner a funcionar la neurona lejos del libro de texto. Falta encender en ellos la llama de la curiosidad por saber. Esta inquietud cambia la forma de aprender y, en definitiva, la vida. Es la diferencia entre aprender y aprehender. La diferencia entre repetir lecciones o hacerlas propias. Aprehender forma parte de una decisión personal, por ello creo que hasta los 14 años más o menos no se puede hacer plenamente consciente, pero se puede fomentar desde que son pequeños. Si todos los niños van al colegio y no todos funcionan igual, cabe pensar que es la familia la que marca la diferencia.
Es sabido que se necesita una ley de educación que siga el proceso de elaboración de una constitución: fuera los políticos y adentro los expertos de los diferentes niveles de la educación: profesores, pedagogos, expertos universitarios del ámbito de la educación, etcétera. Que todos ellos hagan un texto con sentido. Una tramitación, aprobación e implantación rigurosa y una modificación costosa. Estabilidad, exigencia y seriedad es lo que necesita nuestro sistema educativo. Y no tiene que ser una ley de consenso de los actuales miembros del hemiciclo. Tiene que ser una ley comprometida con las actuales y las próximas generaciones, que fomente el esfuerzo, el sacrificio y lo premie. (Veo poco probable que dicha ley la puedan hacer los políticos, ya que el máximo esfuerzo que han hecho muchos ha sido medrar en sus respectivos partidos para satisfacer sus intereses personales).
Pero también necesitamos padres que no confíen a ciegas la educación de sus hijos a un sistema con tendencia a fallar. Es complicado; falta tiempo, dinero y cuesta mucho esfuerzo. Pero éstas son las próximas generaciones que poblarán nuestro país, y qué menos que hacerlo felizmente. También entrarán en el sistema. Puede que lo mantengan o en el peor de los casos, que lo empeoren; pero también pueden mejorarlo con talento y esfuerzo. De ellos dependeremos nosotros; de nosotros dependerá la formación y el potencial que puedan tener ellos.
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