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Esto no es un cuento de Navidad

21 de Diciembre del 2013 - Dulce Pérez Rodríguez (Oviedo)

Es una historia sin nombres ni apellidos pero real. Ocurrió la semana pasada, y la indignación me sale por los poros de la piel, necesito gritar y que gritéis conmigo. ¿Qué leyes, qué normas, qué sociedad, qué humanidad...? Somos peor que el peor de los animales.

Esta es la historia de una mujer paraguaya que viene a España buscando una vida mejor. Trabaja en el servicio doméstico, como empleada de hogar por horas, y poco a poco consigue reunir dinero y traer a sus dos hijos con ella.

Una más de tantas mujeres inmigrantes.

El mayor de sus hijos termina sus estudios en el instituto y llega el momento de ir a la Universidad. En Paraguay es posible, aquí no. La mensualidad en la mejor Universidad privada de Paraguay va a costar unos 75 euros, aquí nunca podría costearse las matrículas, así que vuelve a Paraguay.

Un sueño, su hijo es universitario.

Hace un año que no le ve. Aquí están ella y su hija de once años. Van a llegar las vacaciones de Navidad y pide un crédito para pagar el billete de avión de su hijo. Se reunirán en vacaciones. En Inmigración se informa de los requisitos que debe cumplir, con billete de ida y vuelta no habrá problemas.

Si tenéis hijos, entraréis mejor en situación.

Es apenas un crío de 19 años que viaja solo para venir a pasar la Navidad con su madre y su hermana. Al llegar a Madrid llama a su madre, «mamá, ya estoy en Madrid», en medio de la conversación se corta la comunicación. La Policía de inmigración o la Gestapo o las SS..., me da igual, la «autoridad competente» le detiene, le quita el móvil y le acusa de ser un inmigrante ilegal que viene en busca de trabajo. No atienden razones. Su madre no puede contactar con él. El chico insiste en que la llamen, que sólo viene a pasar unos días con ella y su hermana...

Después de una noche interminable de preocupación y desesperación, removiendo los pocos contactos que tienen en este país, le hacen saber que su hijo será deportado en quince minutos para Argentina.

Al día siguiente, el chico la llama de nuevo, «mamá, estoy en Argentina, con el billete de vuelta puedo volver a Paraguay». Le imagino muerto de miedo, de indignación, de frustración...

Al parecer hacía falta una carta de invitación que en el departamento de Inmigración de Oviedo no sabían que se necesitaba.

A esta mujer le quedan unos cuantos plazos para terminar de pagar el billete de su hijo, le quedan muchas ganas de verle, muchas casas que limpiar y mucha indignación que tragarse mientras sigue buscando una vida mejor y le crece el odio con la ausencia.

No ha muerto nadie, pasan cosas más graves todos los días, pero esto es una de las gotas del océano cotidiano de injusticias consentidas, democráticamente consentidas. En este momento no puedo poner un colofón a esta historia, que cada cual saque sus propias conclusiones.

Dulce Pérez Rodríguez

Oviedo

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