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Navidad, dulce Navidad...

20 de Diciembre del 2013 - José Antonio Gutiérrez Glez. (Piedras Blancas)

En estos días de la pre-navidad, el sentimiento de desamparo se agudiza y los efectos de la crisis se notan con más intensidad que en otras fechas. Aunque envueltas en una atmósfera de buenas intenciones y consumo muchas personas van a celebrar en precario esta Pascua. Acosados por inminentes desahucios, sin trabajo o con severas restriciones, en estas familias el concepto de la fiesta se diluye y se convierte en un muy doloroso entorno.

Efectivamente, en las Navidades de los últimos años se ha ido aumentando la sensación de vivir al filo. Y, este año --seamos sinceros--, sigue habiendo un amplio poso pesimista.

Hace unos días, en una tarde-noche fría, cuando iba camino de casa, en el vestíbulo de un banco vi a tres personas durmiendo en él. Estaban tumbadas sobre cartón en el suelo y cubiertas con algunas mantas. Me fijé en esas personas y reconocí a un muchacho joven con el que he coincidido en alguna ocasión en una cafetería de Avilés.

Al verme, y reparar en mí, después de abrirme la puerta del cajero, me saludó. Nada más entrar una de las personas que parecían estar dormidas, una señora de cierta edad, me dijo: "Nene, aquí no te puedes quedar que ya somos muchos". Cual no sería mi sorpresa al oírla, que de repente me imaginé yo mismo en esa situación y se me nublaron los ojos.

Estuve hablando con el chico que, entre algunas otras cosas, me contó que llevaba casi dos días sin comer y que no quería ir a la cocina económica ni a casa de sus padres, que ya todo le daba igual. Insistí en entregarle unos euros, poco más de 20 en billetes y alguna calderilla, que era todo cuanto llevaba encima. Debo confesar que me sentí más pobre que nunca, no por quedarme sin esos escasos euros, sino porque me di cuenta de que no podía hacer otra cosa por él. ¡Cuánta desesperanza y cuánta desilusión en sus ojos y, por supuesto, también en los míos!

Después de breve charla, y cuando ya me despedía del muchacho, la señora levantó ligeramente la cabeza y manifestó: "Nene, quédate si quieres que nos juntamos un poco todos, ¿no tienes cartón?". Me asaltó una oleada de inmensa ternura, le di las gracias y me salí de allí. Cuando estaba en la acera, las lágrimas sí empezaron a fluir a mis ojos y no fui capaz de contenerlas, eran lágrimas por aquellas personas y otras que duermen debajo de un puente, en los bancos de los parques, a ras de suelo...

Esa noche comprobé que no hace falta ir al tercer mundo para encontrarse de frente con la miseria, ya que muchas veces --como éste era el caso--, la tenemos al lado de nuestra puerta. Y lo peor es que en ocasiones, no queremos verla.

Es ya Navidad y hay motivos para celebrar pequeñas victorias. Fue bonita la sociedad de la opulencia mientras duró, pero en la actualidad...

Seamos pues sensibles y solidarios con lo que ocurre a nuestro alrededor, y hagamos que la Navidad sea para todos menos amarga. Incluso, un poco más dulce.

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