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Lo inteligente grita por Navidad

21 de Diciembre del 2013 - Carlos Muñiz Cueto (Gijón)

Konrad Lorentz, etólogo y premio Nóbel, vio venir el declive del animal humano; Carlo M. Cipolla, historiador y economista, escribió las cinco leyes fundamentales de la estupidez humana. Cipolla estableció dos ejes de coordenadas (el del «bien propio» y el del «bien general») y estableció cuatro definiciones: «Estúpido», quien sin beneficiarse, o incluso perjudicándose a si mismo, provoca un mal general. «Malvado», quien perjudica a los demás en beneficio propio. «Inteligente», quien se beneficia a si mismo y beneficia a los demás. Y, por último, «heroico benefactor», quien por ayudar a los demás se perjudica a sí mismo. Si miran alrededor suyo verán que la estupidez es la más dañina. Caímos en la malvada crisis de 1990 y nos metimos de cabeza en la estúpida crisis del 2008: la mediocridad (de forma ortográfica correcta) ha escrito la sentencia que condena a muerte lo inteligente. ¿Seremos cómplices de su ejecución? Veamos qué es lo inteligente.

Primera ley: «Siempre, e inevitablemente, cada uno de nosotros subestima el número de individuos inteligentes que circulan por el mundo».

Segunda ley: «La probabilidad de que una persona determinada sea inteligente, es independiente de cualquier otra característica de la misma persona».

Tercera ley (de oro): «Una persona inteligente es una persona que causa un beneficio a otra persona o grupo de personas sin obtener, al mismo tiempo, un perjuicio para sí, o incluso obteniendo un beneficio».

Cuarta ley: «Las personas no inteligentes subestiman siempre el potencial positivo de las personas inteligentes. Los no inteligentes, en especial, olvidan constantemente que en cualquier momento y lugar, y en cualquier circunstancia, tratar y/o asociarse con individuos inteligentes se manifiesta infaliblemente como un excelente acierto, sin coste adicional alguno».

Quinta (y última) ley: «El inteligente es más seguro que el heroico benefactor».

Este pentálogo lo tienen en cuenta las fuerzas represivas de lo inteligente que buscan su exterminio eliminando todo aquello que perjudique al floreciente malvado. Privatizan así las brigadas de salvamento de las playas del bien general en beneficio del bien privado. Comenzaron a hacer estas cosas los sindicatos mayoritarios y la patronal con la formación ocupacional, y ahora ya es general. No podemos subvencionar lo malvado. Hay que establecer un Estado que permita el desarrollo de lo inteligente y facilite el conocimiento ético y moral de las cosas que buscan el bien general. Cambiemos por otro este sistema malvado que sólo se considera rentable si beneficia a unos pocos perjudicando a la mayoría restante. Los impuestos no son para pagar empresas privadas (o fundaciones adjudicatarias de servicios públicos) sino para pagar a los funcionarios encargados de realizarlos desde su función pública, háganlo donde lo hagan (en fundaciones o no), pero funcionarios. Los impuestos resultan estúpidos si premian privilegios privados, eliminando la función pública por medio de chiringuitos sin funcionarios. Para salir de esta crisis debemos apostar todo nuestro dinero público en luchar (desde la función pública y por medio de funcionarios) contra todo lo estúpido que se ha venido haciendo, corrompiendo la propia esencia de la función pública, y así evitar que los ciudadanos puedan caer en la extrema pobreza moral, económica, o intelectual. Cualquier modelo que busque alejar de lo estúpido e imbécil a la sociedad (por fantástico que parezca) será bienvenido.

Lo inteligente grita su necesidad de adviento por Navidad: ¡Feliz Navidad!

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