La luz que no amenaza subida
Muchas veces, al volver a la ciudad –ya de noche– me fascina cómo surgen en la oscuridad cuadraditos de luz, que dibujan con su estela mientras aparecen y desaparecen el perfil urbano. Son cientos de ventanas que se iluminan al ritmo del regreso a casa. En ese momento mágico hasta la ciudad más sosa y aburrida, durante el día, parece un belén. Los hogares compiten con las estrellas y visten de luces la ciudad por dentro y desde arriba. Cuando llega Navidad sucede al revés. La iluminación pública viste las calles con calor de hogar. La energía de las estrellas palidece ante el brillo de la ciudad nocturna. Y es que la Gloria de Dios llena la Tierra. El cielo baja y se instala en ella. Un año más presenciamos el milagro en la calle Uría: los ángeles descienden sobre Oviedo y derraman con la Cruz del Principado polvo de estrellas y luz. Necesitamos este recordatorio. No olvidar la luz que hace 2.000 años irrumpió en nuestra cultura al encarnarse el hijo de Dios. A pesar de tantas caídas de tensión, incluso apagones, aún logra resplandecer en nuestras ciudades. Los que trabajamos todo el día a pie de calle necesitamos más que nadie la luz, al llegar y al salir de casa: la energía que piensa; la luz de la esperanza, de la verdad, de la fe. Esa energía capaz de envolvernos y transformarlo todo. Cuando una hipócrita austeridad quiere disimular los recortes de iluminación con disculpas de crisis, siento que se vulnera nuestro derecho fundamental a la felicidad. El derecho a notar la gloria de Dios, a recordar que existe el amor, a tocar la esperanza, a ver el cielo; el derecho, en fin, a disfrutar la Navidad. Derecho que Dios nos ganó a todos. Por eso observo agradecida cómo reaparecen poco a poco en las calles a través de los escaparates, las luces, los belenes, árboles y estrellas de Navidad. Nos permiten convivir durante unos días con los personajes del Portal; movernos entre los ángeles, viajar con los Reyes; participar en el rodaje y ser los protagonistas de esta película anual de Navidad, que vuelve, todos los años, sin repetirse. ¡Cuánta imaginación y creatividad –otra vez la energía que piensa– derrocha cada año la Navidad! Ahí está Zara con sus vitrinas llenas de «supernovas» gigantes en contraste con la negrura de los trajes expuestos; metáfora escaparatista del triunfo de la luz sobre las tinieblas. No se queda atrás El Corte Inglés, que aloja en sus escaparates las coronas de los Reyes Magos. Oviedo parece Colonia con tantas coronas reales. Con ellos rescata la tradicional estrella fugaz con su cola de cometa, para guiarlos hasta Belén entre la oscuridad que visten los maniquíes. Enfrente, la farmacia Nestares cubre con un metro de nieve los planetas y la Sagrada Familia. Completa así la dimensión cósmica de la Navidad: la nieve cubre con su luz blanca y silenciosa las heridas de la naturaleza deshojada y de la ciudad desolada por el invierno, con una venda de alivio. Así escaparate a escaparate, aquí y allá, se despliega la Navidad.
Nunca consientas que nos la apaguen. Ya sabemos que todo este esplendor urbano no hace la Navidad. Pero si falta en la calle, ¿cómo se encenderá la luz de mi casa? Los cables son los cables. Todo está conectado. No dejes que te corten el suministro de la energía que piensa, por mucho que nos asusten con las subidas.
Me temía una Navidad mezquina de luz y brillo, sin esplendor. Me equivoqué. Pero no olvides encender tu luz. Fíate de la energía que piensa. Que tu ventana se sume a todas las ventanas iluminadas por la luz de la Navidad. Oviedo y todas las ciudades parecerán un belén. La otra luz, la de la factura colorada, ya veremos cómo la «pagamos» en febrero. La de Navidad, la de la calle, la tenemos pagada hace mucho. Nos la merecemos y él también, para eso es su cumpleaños. Que no nos vengan con cuentos.
Isabel Fernández Pantiga
Santander
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