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Hablemos claro: matar se mata

2 de Enero del 2014 - Carlos Muñiz Cueto (Gijón)

El proyecto de ley de supuestos abortivos y las soflamas de la oposición, con ausencia de argumentaciones serias y sencillas por ambas partes, me irrita. Para aclarar las cosas, comencemos por establecer algunos principios lógico-temporales. Lo cierto es que nunca ha habido un año cero, porque el cero sólo puede representar la nada y la nada no existe. Ese periodo infinitesimal de tiempo entre el «no-ser» y el «ser», es toda la nada temporal que percibimos. Estamos en Navidad, y la Historia fue partida en dos: en un antes y un después del nacimiento de Cristo. Claro que, para acotar temporalmente tal nacimiento, los historiadores han tenido que observar y preguntarse: ¿qué otras cosas estaban ocurriendo?, ¿quién reinaba en Judea?, ¿qué cometa se describía en los testimonios?, etc. En la actualidad abreviamos mucho (a. C./d. C.), sin imaginarnos un cero instantáneo. Así en (a. C.) «antes de Cristo», imaginamos el periodo anterior a la llegada de Cristo y en (d. C.) «después de Cristo», el posterior a su partida. Esto deja como frontera la nada infinitesimal vida de Jesús de Nazaret. Pues bien, teniendo en cuenta estas acotaciones:

La policía científica usa para identificar a las personas su genotipo personal. Luego se ha establecido que el genotipo es una seña de identidad de la persona. El genotipo comienza a ser en un instante, a partir del cual, con él, puede ser identificada una persona. Cierto es que toda vida (incluso la de las células inmortales) puede ser matada. Por tanto, siendo un ser pluricelular complejo que lleva implícita su fecha de caducidad (consecuencia de ser un ser sexuado procedente de una relación sexual), esa persona puede ser matada. En la Historia siempre han existido supuestos legales por los que se puede matar a otra persona: penas de muerte; defensa de la propia vida; homicidio involuntario e imprevisible (como en la carretera...), etc. Lo dicho: matar se mata, y por la libertad (incluyendo la de conducir un vehículo y trasladarse con él por la carretera) aún más.

Somos seres evolutivos fruto de malformaciones genéticas: casi abortos. Hace un montón de años, entre algunas hembras homínidas, apareció la imposibilidad de llevar a termino el embarazo: daban a luz fetos dependientes aún no desarrollados. ¡Y ellas decidieron! Unas se subieron a los árboles para proteger su vida, e hicieron posible la existencia de gorilas, chimpancés, etc. Otras, se pusieron en pie con su feto entre los brazos y huyeron, bípedas, a refugiarse entre la alta hierba: hicieron posible la aparición de los humanos. Sin esa libertad para decidir, acertar o equivocarse, no hubiera habido evolución.

En base a esa libertad a defender (y por la que matar), es necesario que la Ley proteja la vida durante un periodo acotado de su existencia. Fuera de él, la vida ya no sería de su incumbencia, sino que quedaría en manos de la libertad individual y conciencia de aquellos de quienes dependa su muerte. En el caso del aborto decidirá la persona que alberga la vida; en el caso de la eutanasia el enfermo terminal. El personal sanitario, informador y ejecutor, decidirá en conciencia y nunca será obligado a nada: ellos deciden.

Desgraciadamente, algunos argumentan como si el tiempo comprendido entre la gestación del embrión y ese instante en que la ciencia pueda hacerse cargo de su vida fuera de la persona que lo alberga, es un tiempo inexistente: un cero, y nada cabe en él.

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