Y si sale, sale

4 de Enero del 2014 - Julio L. Bueno de las Heras (Oviedo)

Con motivo de la publicación de un libro prácticamente homónimo (del que me ha llegado copia electrónica, malévolamente formateada para ser impresa en formato papel higiénico), me dio por releer -treinta y siete años no son nada si febril la mirada- El Dilema, de Joaquín Bardavío. Lo recordarán ustedes: trataba sobre los movimientos e intrigas previos a la designación de un maquinista capaz de dirigir la maniobra de nuestro cambio a un ancho de vía europeo a través de una reforma constituyente.

Me comprenderán si les digo que ha sido una experiencia agridulce.

La gente de mi generación, que creímos con voluntarismo, ilusión e ingenuidad que la llamada Transición iba a ser una obra modélica de ingeniería democrática, y que defendimos con convicción -e incluso vehementemente- con padres y suegros (por personalizar domésticamente a una generación saliente del franquisimo) aquellos constructivos tejemanejes, andamos un poco resabiados ante la segunda fase de la operación (ahora no se sabe bien hacia qué transicionamos). Una operación que, al igual que entonces, se está urdiendo desde las alturas, aunque temo que, a diferencia de entonces, con bastantes menos altura.

Viendo lo visto, viendo ahora lo endeble, tambaleante, traicionable y desmoronable de aquella obra (también ahora vemos que sembrada de espoletas de acción retardada), las imágenes de aquellos mitificados héroes y sus fazañas de artificio político de la ley a la ley van decantándose y desarbolándose en la justa o injusta -percepción residual de quien ya cree haber asistido, entonces como ahora, a un simple show para párvulos. Y es que en el país de la picaresca, la chapuza, la marrullería, el voluntarismo, la improvisación, el oportunismo y el tente mientras cobro, el y si sale, sale, patética síntesis analítica en boca de muy alta magistratura-, tanto la genialidad de lo que salió, o parece que salió, como el ridículo que conlleva lo que no sale, o parece que no sale, no son ni méritos ni pecados enteramente nuestros. Son simples frutos de la pura e incontrolable casticidad en el desarrollo de un libreto, ahora lo llaman hoja de ruta, de trazos gruesos.

Para que no quede por no anunciado, los hados han querido que tanto aquella precuela como la actual secuela de una transición inacabada e inacabable hayan venido prologadas por sonoros toques de zafarrancho, una un 20-D y otra un 11-M. Es de suponer que entre bambalinas o tras los faldones del guiñol haya más elementos de coincidencia entre la parte I y la parte II de la presente historia, algunos para mí tan claros como el in crescendo victorioso de quienes han venido manteniéndose coherentes y tenaces en sus ambiciones, frente a un pueblo incauto, burlado y zorramente adulado, que hemos vivido embobados y satisfechos en el inducido espejismo de creernos protagonistas de nuestra propia Historia. La parte II va a ser -está siendo- la victoria de quienes, unos desde la barbarie terrorista y otros desde la bienpagá tozudez secesionista, van a arrastrarnos a una reforma constitucional a su siempre insatisfecha medida antoconstitucional. No a nuestra medida.

Y así será en los capítulos ya escritos de la farsa por desarrollar también de la ley a la ley y tal y tal, capítulos y autores, que, como en dossier del magnicidio de JFK o el del 20-D o el más reciente del 11-M, serán conocidos cuando ya no quede en pie nadie concernido, ni de la generación de la transición ni de la generación de la ignominia; en plena parte III de una historia interminable.

A no ser que, como en tantos dramas literarios con estimulante final redentor, asumiendo el papel que -tontitos míos- creímos venir desempeñando -¡habla pueblo habla!- asumamos también el protagonismo de las responsabilidades proactivas que ello conlleva, ¡habla y no permitas que roben tu palabra!

Sonar suena bien, como entonces, pero ahora no me lo creo ni yo, que querría seguir creyéndolo.

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