Por qué cambiar para peor
Hace muchos años que vuelo a Asturias. Siempre pensé que el aeropuerto de mi tierra era algo muy especial por tres maravillosas realidades: los Picos de Europa nevados desde el avión, el hecho de parecer que aterrizas sobre la espuma del mar y la cafetería tan vitalista y española que te daba la puntilla en ese sentirte en casa: pinchos riquísimos, caseros, como o mejores que los que podías pedir en cualquier bar o cafetería buena asturiana, incluso podías pedir que te frieran un filete de lomo en el momento, qué sé yo. Un día, de repente, fuimos mis hijos y yo a la susodicha cafetería del Aeropuerto, antes de que nuestro vuelo saliera, y no estaba. Ante mí aparecieron unas vitrinas con alimentos, baguettes, cosa todas que me marearon, ¿dónde estoy?, ¿en Victoria Station?, ¿en el Costa coffe de mi pueblo inglés?, ¿o en un hotel de la costa tarraconense?... Daba igual, en cualquier parte standarizada del mundo. Para matar esa tristeza pedí unas aceitunas. No tenían. ¿Por qué cambios para peor?
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