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Donar órganos, donar vida

6 de Enero del 2014 - Manuel Boto Álvarez (Oviedo)

La donación de órganos y tejidos para trasplantes es un derecho humano inviolable, necesario, generoso y fraterno. El derecho a donar es el derecho a decidir con libertad y el derecho a expresar nuestra solidaridad, reconociendo a la donación de órganos como un acto personalísimo, de libre elección, de toma de decisiones y de generosidad, que cada persona asume para sí misma y lo comparte con su familia.

¿Existirá mayor gratificación para una familia que acaba de perder a un ser querido que, parte del mismo, de su cuerpo, pueda dar vida a otra persona? Ahora que cada vez más se utilizan las incineraciones, en incluso en los ya casi ancestrales enterramientos. ¿Por qué no donar parte de ese cuerpo a otra persona que, con ello, puede acabar con su sufrimiento y seguir y/o conseguir el llevar una vida activa?

La donación de órganos, como acto libre y voluntario, sujeto a decisiones conscientes y racionales es, tal vez, uno de los ejemplos más acabados de comportamiento fraterno, los unos con los otros y, por consiguiente, uno de los actos humanos que nos permite realizar ese ideal común, universal, de aceptación y reconocimiento de los otros y sus necesidades, de unión fraterna y de conciencia solidaria.

Cada vez que una persona o una familia expresa su aceptación a la donación de órganos pone en práctica conductas humanas de generosidad, fraternidad y solidaridad en un doble sentido: hacia sí mismos y hacia otros. Hacia sí mismos, porque en la medida en que reconocen y aceptan las necesidades de otros y se expresan solidariamente, tienen derecho a solicitar una retribución igual cuando la necesitasen; hacia los otros porque reconocen a otros como personas necesitadas a quienes se puede y se debe ayudar.

Nadie, ninguna persona, estamos exentos de que en algún momento de nuestras vidas nos encontremos en esa necesidad de reponer una parte de nuestro cuerpo con un órgano, sin el cual no podríamos seguir viviendo y con sufrimientos la mayor parte de las veces inhumanos.

¿Qué hace que una familia o parentesco de una persona fallecida se nieguen a donar uno o más órganos para salvar una o varias vidas? La verdad que es incomprensible. Para los cristianos existe el polvo somos y en polvo nos convertiremos, pero nada dice que ese polvo se retrase y se convierta más tarde. Ni nada dice que no se pueda ayudar a otras personas antes de convertirse en polvo. Si Jesús dio su vida para dar vida, sus seguidores deberán estar dispuestos a hacer lo mismo.

Uno de los principios principales que guía la vida del cristiano es el amor al prójimo. Este concepto claramente da apoyo al acto de donar los órganos al morir para mejorar la salud o aun prolongar la vida de otro ser humano. Debe ser un acto de convicción personal y de amor voluntario.

¿A que esperamos, pues, para dar vida a otras personas? Son miles las que están esperando a que alguien, generoso y solidario, demuestre exactamente esa actitud.

Salvemos vidas. Con nuestras donaciones. Y estaremos salvando las nuestras propias.

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