Viajar

1 de Febrero del 2014 - José Antonio Coppen Fernández

En realidad, la propia vida es un viaje, el más largo y curiosamente en el que menos reparamos. Unos lo realizan en AVE, otros en trenes de cercanía, no pocos en pateras y muchos se quedan en tierra. Viajar tiene, en primer lugar, el especial encanto de ilusionarnos. Ahora que emprendemos un nuevo año deberíamos entender que esta inquietud forma parte muy interesante de la universidad de la vida, por lo que tiene de enriquecedor y placentero; además de ser la inversión más rentable, después de preservar la salud, claro. Viajar es cambiar de ilusiones, escenarios y ambientes, es mucho más que ir en busca del sol. Sirve para conocer las costumbres de otros pueblos y para despejarse del prejuicio de que sólo se puede vivir de la manera a la que uno está acostumbrado. Viajar es indagar, descubrir personalmente lo desconocido. Cuanto mayor grado de curiosidad alimente el espíritu, más constituirá una fuente inagotable del conocimiento y del placer. Y cuando viajemos en compañía de otras personas, no conviene olvidarlo, se descubre también el verdadero sentido de la convivencia, hasta robustecer o romper con las relaciones de amistad.

Y es que la casa-hogar y nuestro entorno habitual producen monotonía, a veces casi imperceptible porque nos acostumbramos a convivir con ella, que segrega una notable carga de tedio interior. Es posible que para muchas personas la buena vida sea la vida regular y metódica, pero ésta no deja de ser una visión muy limitada. No debemos olvidar que la casa y la cama comen, lo que contribuye a languidecer y marchitar la vida. Por eso viajar es, ante todo, romper los muros de la rutina. No cabe duda de que cuesta trabajo combatir la vida metódica, sacar los pies del propio hogar. Adquirir el hábito de viajar debería figurar en la lista de nuestras inquietudes, y, claro está, en función de los recursos económicos de cada cual. No es precisa la lejanía para experimentar beneficios que nos pueden reportar los desplazamientos, sin ir más lejos Asturias en sus cuatro estaciones.

Subtítulo: Lo bueno de romper los muros de la rutina

A la hora de afrontar un posible proyecto de viaje, primero debemos vencer la pereza que supone romper las amarras de la cotidianidad, olvidándonos de las dudas, los riesgos e inconvenientes que pueda suscitarnos. Y cuando se trata de un desplazamiento al extranjero, no vale como excusa el desconocimiento del idioma; nadie, que se sepa, por desconocerlo ha dejado de regresar a su hogar. Una vez superado el respeto o miedo a viajar, a lo desconocido, a romper con la monotonía, pronto nos percataremos de que viajar ensancha las ideas, se vuelve uno más receptivo y tolerante. En realidad, viajar es un hermoso camino para reformarnos.

Emprender un viaje es como abrir las páginas de un nuevo libro, en el que adoptamos el papel protagonista, con todos sus riesgos, vivencias y aventuras. El prólogo son los preparativos y las ilusiones que genera el proyecto a priori. Con el regreso, al cruzar el umbral del hogar, se cierra el relato en sí, pero se abre el epílogo, pues el recuerdo de lo vivido alimentará como un eco nuestra memoria. Ya se sabe que un buen libro es aquél que se abre con interés y se cierra con provecho. Es verdad que su lectura puede proporcionarnos, cómodamente y sin mayores gastos, el maravilloso vuelo de un viaje, pero nunca las aventuras y vivencias que suscitan en vivo y en directo.

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