A muchas mujeres

31 de Enero del 2014 - Coro Junquera Lantero (Oviedo)

A veces no vale con sentirse bien con uno mismo, a pesar de que llegar a ese resultado haya sido duro, haya costado tomar decisiones que nos hicieron dudar, pero sentimos que así es como debe ser o por lo menos que al contrario no estamos bien, cómodas, a gusto.

Sin embargo, cuando no estamos solos en el mundo, cuando a nuestro alrededor hay personas a las que queremos y nos quieren y a las que cualquier decisión nuestra les afecta para bien o para mal, la cosa cambia y todo se hace un poquito más cuesta arriba.

Quizá las mujeres y en concreto las madres seamos las que más padecemos este «síndrome» de así no puedo seguir, pero no quiero hacer sufrir a mis hijos.

Muchas noches sin dormir, encontrarnos egoístas por anteponer nuestra felicidad al bienestar de nuestros hijos, para llegar a la conclusión de que un sacrificio sin convencimiento nos amarga a nosotras y nos impide dar todo lo que de nosotras esperan nuestros hijos, cariño, amor, comprensión, humor, sonrisas...

Es responsabilidad mía mantenerme como madre en una familia que yo voluntariamente creé, pero no por eso puedo dejar de necesitar como persona, como mujer, sentirme bien.

Madre seré mientras viva y no puedo expresar con palabras lo que para mí significa eso, pero también tengo una responsabilidad hacia mí misma como persona, como mujer y si me siento indigna conmigo misma y me parece que hasta con mis hijas por no vivir con sinceridad, considero un deber y un derecho a prevalecer sobre el dolor que ellas puedan sentir. Es eso ¿egoísmo?

Quizá se podría comparar con la confrontación de dos derechos o de dos deberes, entran en conflicto dos posiciones de una persona en su vida: su postura como madre y su postura como mujer.

Estoy segura de que muchas mujeres «sacrificaron» su posición de mujer por la de madre, y mi más sincera admiración hacia ellas y, sobre todo, si lo consiguieron hacer sin amargura.

Los padres somos los pilares en los que los hijos se apoyan durante mucho tiempo, que uno de ellos se tambalee tiene que ser duro y difícil de entender y de asumir.

Conseguir que nos sigan viendo, a pesar de las circunstancias, como un «todo» en el que poder apoyarse es difícil, pero prometedor...

Educar a nuestros hijos en la confianza de que pase lo que pase ahí estaremos puede ser una solución que les ayude, que nos ayude a todos a poder confraternizar derechos, deberes, quereres, padeceres...

Pero cuesta no sentirse mal por romper sus esquemas y apostar por una situación diferente.

Cuesta no sentirse culpable a todas horas, egoísta y mala madre. A veces ayuda pensar que a estas situaciones no se llega por gusto, y que de otra manera viviríamos en la mentira de una vida, y eso tampoco es un ejemplo muy edificante para nuestros hijos.

Sois lo que más quiero en la vida, pero quiero vivir mi vida como creo que debo hacerlo, ¿lo comprenden nuestros hijos? Y no sólo eso, nos juzgan por ello, se alejan de nosotras, ¿les decepcionamos?

Qué diferente es, en cambio, por lo general, nuestra actitud de madres, en esa palabra se encuentra en todo su sentido más amplio un amor incondicional...

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