Un Instituto con seis apellidos Vega
Los aficionados al buen humor español recordarán que Jardiel Poncela define la catarata como la enfermedad de quienes no ven ni gota. Pues bien, víctima de este mal, por lo demás vulgar y poco heroico, acudí al Instituto Oftalmológico Fernández-Vega, conocedor de su bien acreditada fama.
Fui ya paciente de «los Vega» cuando estaban en la calle Uría y se hallaban al frente de la clínica Luis y Álvaro, dos excelentes médicos y además dos caballeros: atentos, educados y afectuosos. Suelo contar una anécdota que tiene como protagonista a Luis padre. Hace años me lo encontré en el aeropuerto de Barajas y como quiera que –abusando de la amistad– le confiara alguna molestia ocular, me pidió que me sentara –él era más bajito que yo– y enseguida extrajo una linternita del bolsillo para hacerme una urgente exploración, tranquilizándome en el acto. Tal era la afición a su oficio. También recuerdo alguna invitación en su casa de campo en Ceceda donde se comía tan bien y tan copiosamente que, al empezar el ágape, se repartía una pastilla apropiada para colaborar a la buena digestión.
Ahora el Instituto del Naranco ya no tiene el aire familiar de la antigua clínica, pero siguen vivas sus antiguas cualidades: la excelente atención, la eficacia en los tratamientos y la amabilidad. Y alegra advertir que en el cuadro médico, donde se acumulan magníficos especialistas, hay seis apellidos Vega, entre oftalmólogos y una anestesista, más otros jóvenes que están siendo horneados en la ciencia de devolver la limpieza en la mirada. A la cabeza, el catedrático de la Facultad de Medicina Luis Fernández-Vega, digno heredero del apellido familiar. Destaco la puntualidad en las citas y destaco, asimismo, que los jóvenes profesionales del centro se dirigen a las personas mayores dándoles el «usted». Han sorteado, por tanto, la contaminación del «tú» generalizado que padecemos como un molesto eco de la grosera camaradería practicada por comunistas y falangistas.
Hoy despotricamos en España de todo: de las instituciones públicas y también de las privadas. Por eso puedo decir que he sentido el orgullo de ciudadano al disfrutar de un centro médico como el regentado en Oviedo por la saga Fernández-Vega.
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