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De las Termópilas a hoy: una historia de lápidas y placas

23 de Enero del 2014 - Francisco Serrano Pérez (Salinas)

He estado en Grecia en dos ocasiones y si puedo, me gustaría mucho volver. Tengo pendiente, todavía, alguna cosa, como pasar una tarde en Cabo Sunion y contemplar la puesta de sol desde el templo de Neptuno o volver a un puerto de la isla de Egina a fin de recordar otros tiempos y a otras compañías, con las que compartí mantel, peces y gambas. Soy un romántico, aunque no me guste reconocerlo. Si se quiere, un romántico al que le gustan las gambas, entre otras cosas, pero romántico al fin.

En Grecia, en las Termópilas, donde tuvo lugar una de las batallas más famosas de la historia universal, hay una lápida en la que figura el llamado «Epitafio de Simónides». En él se dice «Oh, extranjero, informa a Esparta que aquí yacemos, todavía obedientes a sus órdenes».

Esta batalla se ha convertido en icono de la cultura de Occidente, y todavía hoy, casi dos mil quinientos años después, cuando se visita el lugar no se puede evitar que un sentimiento intenso recorra nuestro interior. Asusta la determinación de aquellos 300 espartanos y otros grupos de tespios, y poco más, que aguantaron las últimas embestidas de los persas. Empezaron siendo unos 7.000 hombres y tenían como misión detener al contingente armado de Jerjes, que algunos valoran en 300.000 hombres.

Es una pena que los hechos similares acaecidos en Asturias, Covadonga y Lutos, por poner un ejemplo, no cuenten con sendas lápidas que aporten algún dato significativo: nombres y números, sobre todo; aunque no teniendo nada, nos valdría cualquier cosa.

Escribo esto porque ahora es corriente que un montón de lápidas y/o placas inunden nuestros espacios comunes anunciando en ellas que se han llevado a efecto unas obras, y añadiendo en alguna de ellas algún nombre, que con dinero de todos, que hemos contribuido sin querer a pagar la lápida o la placa, pretende pasar a través de la puerta que da entrada a la Historia; eso que se suele escribir con mayúscula. A mí me resulta patético, incluso muy patético. Pero debe ser, como escribí al comienzo, que soy un romántico.

El que escribe, ayudado por un GPS, ha comenzado un inventario de las lápidas en la zona en la que vive. Anoto el texto, fotografío la lápida y guardo las coordenadas que me permiten situarla sobre un mapa y añado otras consideraciones, como son el material de la lápida, el texto y su colocación. En el paseo marítimo de Salinas hay seis.

Desde la primera, situada en la «playa del Cuerno», hasta la última, la sexta, situada más al este del Gauzón IV, hay en línea recta 1,4 kilómetros. Si estuvieran las seis placas en la misma línea, saldría a una placa cada 280 metros, de media. Tengo pendiente la consulta a la organización Guinness para saber si esta media asombrosa constituye un récord registrado, o no.

En la primera se dice que se reconstruyó «un muro en la playa del Cuerno» allá por el mes de agosto de 1999. ¡Qué fuerte lo del cuerno! ¿Verdad?

En otra se nos dice que «se adecuó el acceso al borde marítimo de Salinas». Ésa lleva por fecha el 5 de julio de 1995. ¿No es apasionante?

En otra, la cuarta, me encuentro con un hecho fascinante. El Ministerio de Obras Públicas, Transportes y Medio Ambiente coloca una placa que debería estar colocada por Cultura, ya que el contenido es el poema «Llévame al mar» de Camín. ¿Será una guerra entre ministerios? ¿Qué hace el Ministerio de O. P. T. y M. A. cuando lo suyo sería terminar, de una vez, la Transcantábrica y no dedicarnos poesías? Ésta tiene fecha de julio de 1995. A Salinas le nacieron en ese mes dos placas, por lo que se ve.

A mí, personalmente, la que más me gusta es la sexta, que en su apretado texto dice que «se inauguran las obras de acondicionamiento del tramo occidental de las dunas del Espartal». Así, sin comas. Y sale el nombre, bonito nombre, del que las inaugura. Y es la mayor de todas. Y es de bronce.

El resumen es que los políticos llegan, descubren la plaquita, son retratados por unos periodistas previamente avisados y luego... ¡A refocilarse en uno de los restaurantes de reconocido prestigio que hay en la zona, cuya factura seguramente estaremos pagando nosotros de una u otra manera! La prensa del día siguiente dará buena cuenta del trascendental suceso.

Una noche de éstas, saqué una foto a una farola situada frente al edificio en el que vivo. La pobre farola tiene una de sus lámparas fundidas y se me ocurrió pensar que es probable que, una vez detectado el raro suceso, se proceda a sustituir la lámpara inútil y se coloque una placa en la que se deje constancia de la reparación y se haga figurar el nombre de algún concejal o alcalde, aunque no se llamen Leónidas, ni ninguno de ellos obre como Leónidas, aunque como oportunidad le sea concedida una muy larga vida, y pueda representar ocasión para ello.

¡Algo ha cambiado, para mal, desde las Termópilas a nuestros días!

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