El tren de la vida
Y en él vamos todos, en un viaje que no tiene retorno. Partimos de una estación de salida en dirección a otra terminal, con otras estaciones intermedias que vienen a ser cada año de vida que cumplimos. Nada, que viajamos a estación por año, cómodos o incómodos, mejor o peor, pero siempre en la misma dirección, a un final más corto o más largo, en cuyo final hay una frontera detrás de la cual está la gran incógnita del hombre.
Dice Shakespeare, en su "Hamlet", que el mismo día que nacemos comenzamos a morir. Cierto. Y debemos mentalizarnos de ello, considerarlo, para tratar de ser mejores con los demás. Convivir, que, como dijera Ortega y Gasset, es el verdadero secreto de la vida. Hacer el viaje de la vida solidariamente, en la más completa armonía con los demás viajeros, cualquiera que sea la clase social o ideología de cada uno. Únicamente así conseguiremos que nuestro viaje en el tren de la vida sea confortable, entretenido y hasta feliz, a pesar de lo que nos espera en la estación terminal.
Hoy, con todo lo que está ocurriendo, social, económica y políticamente, nuestro viaje no puede ser más triste y desagradable, desesperanzador, cuando tenía que ser todo lo contrario. Y así hemos entrado en este año 2014, una estación más para todos, con unas perspectivas verdaderamente preocupantes e inciertas. Los que no tengan en este año su estación terminal, continuarán viaje entristecidos y apesadumbrados, sobre todo los que han perdido su trabajo o el hambre y la necesidad se han adueñado de sus hogares. En estos dramáticos casos, el viaje no puede ser más angustioso y desgarrador. Más que viaje será una verdadera tortura. Un continuo sufrimiento.
En el tren de la vida vamos todos, sí, pero, por favor, que sea lo mejor y lo más feliz posible. Y, sobre todo, que el viaje sea solidario y en paz.
Ricardo Luis Arias
Aller
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