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Mi experiencia ecuménica

26 de Marzo del 2014 - Alberto Torga y Llamedo

Del 18 al 25 de enero, fiesta de la conversión de San Pablo, se viene celebrando el octavario de oración por la unión de los cristianos, es decir, pedimos al Padre que los que seguimos a Jesús lleguemos a unirnos y a poner fin al escándalo que supone que estemos divididos en múltiples iglesias y confesiones: católicos, melquitas, caldeos, coptos, ortodoxos, evangélicos-luteranos, reformados-calvinistas, anglicanos, metodistas, baptistas...

Mi primera experiencia con un cristiano no católico la tuve en mis primeros años de sacerdote, al final de los años cincuenta del pasado siglo, siendo coadjutor de Somió, donde me encontré con un chico que profesaba la fe evangélica y con el que mantuve frecuentes contactos: él trataba de convencerme a mí y yo pretendía que él volviera a la fe católica, en la que había sido bautizado.

En septiembre de 1965 fui a Holanda para visitar a un amigo, Germán Otero, que era capellán de emigrantes españoles en Ámsterdam y alrededores. El domingo 12 le acompañé a la misa de la capital y luego me pidió que celebrase yo otra en el pueblo de Uithoorn, a la que asistieron unos 40 españoles. A la salida me preguntó qué me había parecido la iglesia y le dije que la había encontrado algo fría. «Es que es calvinista, por lo que no tiene imágenes», me dijo como aclaración. Me quedé de piedra, pues nunca había entrado en un templo protestante y acababa de celebrar la eucaristía en uno de ellos. Entonces mi amigo, con una amplia sonrisa, me explicó que se trataba de un pueblo de unos dos kilómetros de largo, prácticamente de una sola calle a lo largo del río Amstel, que da nombre a Ámsterdam. La fábrica de ruedas de coche en la que trabajaban los españoles y la residencia donde vivían quedaban en un extremo del pueblo, al lado de la iglesia calvinista, mientras que la católica estaba en el otro extremo. Puesto al habla mi amigo con el párroco católico, éste entró en contacto con su colega calvinista, que accedió gustoso a que los católicos españoles tuvieran la misa en su templo.

Aquel hecho, para mí inesperado, me marcó para siempre y me hizo comprender la grandeza del empeño ecuménico y el alcance del gesto del Papa Pablo VI, cuando el 29 de septiembre de 1963, al inaugurar la segunda sesión del Concilio Vaticano II pidió perdón a los hermanos separados con estas palabras: «Si alguna culpa se nos puede imputar por la separación, nosotros pedimos perdón a Dios humildemente y rogamos también a los hermanos que se sientan ofendidos por nosotros, que nos perdonen. Por nuestra parte, estamos dispuestos a perdonar las ofensas de las que la Iglesia católica ha sido objeto y a olvidar el dolor que le ha producido la larga serie de disensiones y separaciones».

Al verano siguiente me trasladé a Holanda, a la ciudad de Zaandam, para ser capellán de emigrantes españoles en una zona muy industrial denominada entonces «Zaanstreek» que comprendía siete ayuntamientos a orillas del canal Zaan, que a partir del 1 de enero de 1974 se refundaron en uno, que pasó a llamarse «Zaanstadt» (Ciudad del Zaan). Allí permanecí hasta enero de 1975.

Las relaciones entre la Iglesia católica y las dos principales confesiones calvinistas, Nederlandse Hervormde Kerk y Gereformeerde Kerken in Nederland, eran cordiales, sin afán de proselitismo entre ellas.

2. A los pocos días de mi llegada a Zaandam, vino a verme un compatriota que pensaba casarse con una chica calvinista. Como él no era practicante, le dijo al pastor de la novia que quería hacerse miembro de su Iglesia, para tener menos problemas en el matrimonio. Pero este último le manifestó que cambiar de confesión religiosa era muy serio, por lo que le aconsejaba que fuera a visitar a un sacerdote católico para aclararse sobre su fe y profundizar en ella.

Años más tarde tuve ocasión de corresponder a esa actitud cuando una chica holandesa de familia bautista que tenía novio en España vino a verme con la pretensión de hacerse católica, ya que él era católico practicante. Yo la remití al pastor bautista (de la «Doopgesimde Kerk»), a quien conocía, pero, como la chica no estaba bautizada, en esa Iglesia bautizan sólo adultos, y apenas había recibido instrucción religiosa, él le aconsejó que se instruyese y bautizase en la fe católica. Se bautizó católica el día anterior a su boda con el español, que se trasladó a Holanda unos meses antes para conocer mejor a su futura esposa y al país.

La misa de la primera Nochebuena en Zaanstreek la celebré en el salón de fiestas de la parroquia de San Bonifacio de Zaandam, dado que las iglesias católicas estaban ocupadas por las respectivas misas de medianoche, pero a partir de las Navidades de 1967 la misa de Nochebuena la celebré en la iglesia calvinista de Zaandijk, uno de los ayuntamientos de Zaanstreek, cuyo párroco se sentía muy honrado de poder ayudarnos. En adelante, cuando a mediados de noviembre no había solicitado la iglesia, la esposa del pastor me telefoneaba para preguntarme si esa Nochebuena no teníamos la misa en su templo.

Cuando comenzó a crecer el barrio de Poelenburg en Zaandam se pusieron de acuerdo la Iglesia Católica y la calvinista «Gereformeerde Kerken in Nederland» para construir juntas un nuevo templo, «ecuménico», al servicio de las dos comunidades. A un lado del altar se encontraba el sagrario, donde los católicos reservaban el Santísimo.

En febrero de 1975 me trasladé a Alemania, donde fui párroco personal de los católicos españoles y de lengua española residentes en las diócesis de Bamberg y Ratisbona («Regensburg»), encuadrados en la Misión Católica de Lengua Española de Nürnberg. Allí viví igualmente una experiencia ecuménica de relaciones fraternales entre la Iglesia católica y la Iglesia evangélica-luterana.

Cuando en un pueblo o en un barrio de una ciudad el templo católico se encontraba en obras, las misas se celebraban en la iglesia evangélica-luterana, y al revés: los servicios evangélico-luteranos, en la católica, cuando era el templo luterano el que estaba en reparación. La parroquia católica de San Bonifacio de Nürnberg, en cuyo territorio se encontraba la Misión católica de Lengua Española, mantenía con la parroquia evangélica de San Leonardo, situada en las inmediaciones, un coro y un grupo de formación sobre temas bíblicos para ambas comunidades. Y la fiesta del verano, tradicional en las parroquias alemanas, la celebraban conjuntamente.

Por otra parte, la Conferencia Episcopal Alemana y el Consejo de la Iglesia Evangélica-Luterana en Alemania han publicado un ritual conjunto para la celebración de matrimonios mixtos: en una iglesia evangélica-luterana con participación de un párroco católico y en una iglesia católica con participación de un párroco luterano o de una párroca luterana

3. Como el amor no conoce fronteras, a lo largo de mis 32 años en Alemania fueron bastantes las bodas de españoles o latinoamericanos que celebré conjuntamente con sacerdotes de otras confesiones cristianas: ortodoxos, calvinistas, anglicanos, pero principalmente luteranos, de acuerdo con el mencionado ritual.

Desde comienzos de los años ochenta del pasado siglo y por iniciativa del párroco luterano de la iglesia más emblemática de Nürnberg, la Sankt Lorenzkirche (iglesia de San Lorenzo), teníamos el primer domingo de Adviento a las seis de la tarde una celebración ecuménica del Adviento en la que participábamos diversas comunidades cristianas de extranjeros: católicos (españoles, portugueses, italianos, checos, húngaros, croatas, polacos, vietnamitas), ortodoxos (griegos, serbios, ucranianos, rumanos), coptos (etíopes) y luteranos (coreanos, chinos y la propia comunidad parroquial alemana). Cada comunidad extranjera cantaba una canción de Adviento o un villancico navideño y hacía una petición en su lengua en la oración de los fieles. En el folleto que se entregaba a todos los participantes venía la traducción al alemán del texto de las canciones y de la petición. Para mí era una experiencia ecuménica reconfortante y me hice amigo de alguno de los párrocos no católicos.

El 31 de octubre de 1999 se firmó en Augsburg la paz entre católicos y luteranos, representados respectivamente por el cardenal Edward Cassidy, del Secretariado para la Unión de los Cristianos, y por el obispo Christian Krause, presidente de la Federación Luterana Mundial. Lo que en realidad se firmó en la ciudad bávara fue una declaración conjunta sobre el tema de la «Justificación»: cuestión que durante casi cinco siglos enfrentó a ambas confesiones cristianas e hizo correr ríos de tinta, pero, sobre todo y lamentablemente, también de sangre, en guerras como la de los «Campesinos» y la de los «Treinta Años·. Al mismo tiempo la Iglesia católica levantó la excomunión que pesaba sobre el «reformador» Martín Lutero.

Este acuerdo pactado entre católicos y luteranos toma como punto de partida el de Lutero, que ponía el acento en que lo que nos salva no son nuestras obras, sino la fe en Jesucristo, mediante la cual se cargan en nuestra cuenta los méritos del mismo. Los católicos de entonces, aún reconociendo que la salvación no es fruto de nuestras obras, sino que es un regalo de Dios, insistían en que no hay fe verdadera, si a la vez no hay buenas obras que manifiesten esa fe, y que la salvación supone, no sólo que nuestros pecados no sean tenidos en cuenta por Dios, sino una verdadera transformación interior.

Pese a que este acuerdo conjunto, que han aprobado la mayoría de las 128 iglesias que forman la Federación Luterana Mundial, ha sido contestado por 243 teólogos luteranos alemanes, es de esperar que suponga un paso firme hacia la plena comunión entre las dos iglesia cristianas.

Tanto la Iglesia católica como la Iglesia evangélica-luterana en Alemania celebran con regularidad congresos multitudinarios, denominados «Katholikentag» (Congreso de los Católicos) y «Kirchentag» (Congreso de la Iglesia), respectivamente. Pero en junio de 2003 celebraron en Berlín el primer Congreso Ecuménico de la Iglesia (“Oekumenischer Kirchentag”) tras 7 años de preparación. En un principio los comités organizadores querían celebrar la eucaristía conjuntamente, pero el Papa Juan Pablo II prohibió las eucaristías ecuménicas, aduciendo que «todavía no están dadas las condiciones para ello».

4. Entonces la parroquia luterana «Gethsemane» (Getsemaní), famosa años atrás, porque en ella se reunía la disidencia cristiana al régimen comunista de Alemania del Este, puso a disposición de los católicos y luteranos su templo, para que celebraran servicios religiosos por separado, pero en los que pudieran participar fieles de otra confesión. El obispo de Trier (Tréveris), Reinhard Marx, suspendió al sacerdote y profesor de Teología Gotthold Hasenhüttl, por haber celebrado en esa iglesia una misa en la que católicos y luteranos comulgaron bajo las dos especies.

Yo esperaba que con el Papa Benedicto XVI se hubieran dado pasos más firmes en el movimiento ecuménico, llegando a la intercomunión, pero se avanzó poco con él. Espero que el Papa Francisco, con mayor visión pastoral, llegue a la conclusión de que se dan las condiciones para la anhelada unidad de los cristianos.

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