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Digan «no» a una Junta de Compensación

22 de Enero del 2014 - Encarna Suárez Bermúdez (Oviedo)

Estar o no estar en una Junta de Compensación: no hay ningún dilema; no.

Hace pocos días estaba dando una clase de Latín y los alumnos realizaban frases incorporando a las mismas el latinismo correspondiente. Uno de los empleados fue «pro indiviso». Y mira por dónde, yo les expliqué con pocas palabras que formo parte de uno que está en el terreno que pertenece a la Junta de Compensación de la U.G. Ería II-D. Quien no sepa dónde está –o mejor estaba– La Ería le diré que al lado de la calle Alejandro Casona.

Desde hace muchos años era ésa una zona apetecible para los constructores y poco a poco se fue urbanizando hasta el día de hoy. Unos propietarios fueron vendiendo y otros pocos quedamos en casas unifamiliares –para los constructores, casinas; para nosotros, hogares–.

Mi madre, que falleció en mayo de 2009, heredó la finca y casa de sus padres, y hasta 2012, siendo yo ya la heredera –de su pertenencia a la Junta también–, viví allí con mi familia manteniendo el tipo frente a las continuas presiones para el desalojo. En su mayor parte escribo esta carta como homenaje a mi madre, que espero descanse en paz, después de todo lo que tuvo que luchar en muchos frentes –los familiares, los más dolorosos– y sin ver resueltos algunos de esos conflictos, pero ganando en la mayoría porque siempre iba con la verdad por delante.

Mi madre, después de infinitas dudas y sin saber bien en el jaleo en el que se metía, pasó a formar parte de la Junta antes mencionada en el año 2005. De repente se había convertido en «constructora» también, y mi madre ni quería –ni por supuesto tenía capacidad constructora–. ¡Pobre ella y pobre yo! Cuando se hizo juntacompensante, lo único que buscaba era aplicar la sencilla y simple fórmula: tengo una casa, obtengo un piso. Nos invadieron desde el primer momento las ganas de especular, sacar tajada y, sobre todo, construir y vender pisos al doble de su valor, en definitiva «ansia viva» –como diría José Mota–. (¿Buscan algún culpable de la crisis? Ya nos encontraron a nosotros).

Señores, si alguien les nombra la palabra Junta de Compensación, digan automáticamente «no». Ésa, claro, es mi opinión.

La última parte es la que sigue: cuando abandono mi casa, en la que había nacido y vivido siempre, con un padre ya mayor y del que tuve la duda de si se adaptaría a la nueva vida, me traslado a un piso, en el que por cierto estoy encantada, pero del que tengo que pagar renta –lo que antes no tenía que hacer porque vivía en mí casa– y los gastos que va generando. Igualmente tengo que pagar el IBI de un terreno que casi ni sé dónde se encuentra.

Resumiendo: ¿qué me ha aportado a mí la Junta de Compensación? Precisamente lo contrario, descompensación en mi ánimo y en mi presupuesto, pero todavía no me ha derrotado. Aproximadamente cada año, o incluso en menos tiempo, se convocan asambleas, fundamentalmente para resolver, sobre todo, temas económicos, derramas... Mi casa tenía como valor de preexistencia una cantidad que no llega a 60.000 euros, además, claro está, de lo que posteriormente se saque de la venta del terreno, que dada la situación será un vale descuento en un supermercado de la zona. Cada derrama supone restar a esa cantidad y actualmente ya está en 19.000 euros aproximadamente. De seguir así pronto estará con saldo negativo.

Si era yo quien impedía con mi negativa el desalojo, el que la Junta llegará a la disolución, ahora ya me fui. ¿Por qué no se resuelve el problema? Si yo me abstuve en temas como las expropiaciones. ¿Por qué tengo que esperar a su resolución judicial para cobrar lo que se me debe? No tiene sentido nada de nada en esta Junta.

Desde el primer momento, la inquina hacia mi persona ha sido constante, por eso apelo al buen hacer y sentido común, a ese ojo para las decisiones que demuestra siempre el señor presidente de la Junta y lo bien asesorado que está por su despacho de abogados, arquitectos e incluso por el propio Ayuntamiento, que con tanta equidad asiste siempre a esas asambleas. Le pediría al mismo que no sólo las convoque cuando el tema son las deudas de la Junta (reclamadas rápidamente vía recurso) o mi propio desalojo. El único que tiene potestad para todos los asuntos es él, la mano que mece la Junta –de película es todo ello y por supuesto con más contenido y problemática que lo expuesto–.

Quiero cobrar, porque necesito igual que usted el dinero, que es mi dinero (o lo poco que queda de él) y que yo soy quien debe administrarlo, que ya está bien. Espero y confío en un gesto de buena voluntad por su parte, después de tanta presión, aunque eso es mucho pedir.

Nunca entren a formar parte de una Junta de Compensación o por lo menos de una como la mía.

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