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Lo más agónico de la crisis actual.

22 de Enero del 2014 - Rafael Gutiérrez Amaro (Linares (Jaén))

Hay un sufrimiento añadido a lo que estamos viviendo como corrupción, mal ejercicio de la política, desahucios, abusos financieros y esa larga enumeración de cuestiones de toda índole que no solo empobrecen nuestras condiciones de vida, sino que empobrece nuestro sentido de humanidad.

El sufrimiento añadido, que además agrava la situación y la hace más agónica, es que no salga nadie a decir: lo siento; lo que empeora nuestro estado de ánimo es que no haya un alguien que se avergüence de lo que ha hecho o ha permitido que sucediera, sabiendo sus consecuencias. Lo que daña nuestro sentido humano es que algunos corazones no hayan sufrido dolor por la angustia ajena, ni la más leve culpa por su irresponsabilidad, ni la compasión necesaria para asumir conjuntamente parte de la carga y de la solución a tantos problemas.

Para mejorar esto tendríamos que ir descubriendo, despacio pero sin tregua, aspectos muy importantes para estar bien formados, por ejemplo: La Educación tan necesaria hoy, tiene su fundamento en la ética de las virtudes que proclamó Aristóteles. Según el maestro, la virtud tiene tres aspectos y además muy bien definidos: 1º.-- Un comportamiento. 2º.-- Un sentimiento 3º.-- Y, finalmente una razón. O sea: ejercicio de la virtud, integración emocional y o sentimiento. La verdadera felicidad consiste en hacer el bien nos dice también Aristóteles y esa definición nos puede venir bien, o mejor muy bien, para cambiar radicalmente el comportamiento actual y dirigirlo no hacía nosotros y a nuestro interés personal, sino más bien hacia los demás, buscando siempre: "el bien ajeno"

Ahora se insiste en recuperar valores, pero ¿Sirven los de toda la vida? ¿Tendremos que cambiarlos? Nos encontramos así en una encrucijada difícil: Nos quejamos de crisis de valores y es cierto y esto por lo tanto exige más educación moral, pero a su vez todo esto nos parece un discurso anticuado.

Los filósofos antiguos se preguntaban: ¿cómo debemos vivir? Hoy, en cambio, la pregunta quizás tendría que ser otra. Muchos escritos actuales pueden incluso dificultar el concepto de lo que está bien y de lo que está mal, esto hace unos años, quizás ya demasiados, no sucedía. Hoy parece ser que la ética moderna es: Una ética de los deberes o, diría yo, de las leyes; a diferencia de la ética antigua, que era Una ética de las virtudes. A la ética le concierne establecer las obligaciones que atan al individuo con la sociedad en la que vive. Quizás esto no son leyes, sino criterios de conducta que acaban dependiendo de la responsabilidad propia. ¿Cómo educar esa conciencia? Qué fácil es hablar de valores y de virtudes, y qué difícil actuar responsablemente y con coherencia, comprometiéndonos realmente con ellos.

Hay quien busca por ejemplo el concepto de libertad y George Bernard Shaw nos dice: No busquemos solemnes definiciones de la >. Ella, es solo esto: >. Esto encuentra también cabida en la idea de que el deber moral supremo es el respeto: Respeto: a uno mismo, al otro y a la humanidad. Todo alrededor, de la idea clara y contundente, de la dignidad y de la libertad del ser humano. Y aunque en eso estamos la mayoría de acuerdo parece que en la realidad prevalece la ética del miedo. Los tiempos de grandes dificultades son óptimos para el pesimismo y para crear actitudes de pasotismo. La consideración de: que el mundo va a pique, que se desintegra y de que nada tiene solución, gana en adeptos y con ello: los sentimientos de indignación y de culpa. Esos sentimientos y sus contrapartidas positivas: el agradecimiento, el perdón, el conocimiento o la solidaridad, constituyen una especie de sistema de relaciones interpersonales que dan cohesión a las organizaciones y al tejido social. Vamos "lentamente", pero vamos camino de una visión de compartir, de comunidad, frente al cruel y nefasto individualismo que nos ha precedido. Ya basta de tanta ambición materialista, de tanto abuso del otro y de tanta mediocridad en el trato humano. Nada es más desesperanzador que convivir con la miseria moral. A la dignidad del pobre se opone la indignidad del mísero, aquel que vive alejado del amor, desconectado del corazón.

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