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Las paradojas del aborto

3 de Febrero del 2014 - Pedro Bengoechea Garín

Puestos a pensar resulta paradójico que todavía, en nuestros tiempos, tengamos que seguir polemizando sobre un tema tan recurrente como el aborto. Si se le conoce suficientemente bien como acto inhumano y cruel que es, ¿cómo resulta ser objeto de controversia jurídica inaplazable en cada nueva legislatura que se inicia, tratando de adquirir el rango de los derechos fundamentales de la persona, o empeñarse en convertir en norma y práctica más progresista y neoliberal de la posmodernidad?

El horror que supone la supresión voluntaria de la vida inicial y postrera de un ser humano indefenso y vulnerable nos lleva a la degradación moral, tanto personal como social. La regulación del aborto cada vez va siendo, en los estados donde se implanta, más cambiante y arbitraria, y particularmente menos restrictiva. Pese a algunos avances que se dan por erradicar esta lacra social, ahora mismo en España tenemos un anteproyecto de ley aprobado en el Consejo de Ministros que, en algunos casos, restringe la ley vigente de 2010, incluso la de 1985. En el primer caso lo hace suprimiendo el aborto libre en las 14 primeras semanas y, en el segundo, eliminando el supuesto que permitía abortar ya en 1985 si había malformación del feto. Ya no se habla de plazos, sino de supuestos, en dos de los cuales ahora se podrá abortar: violación en las 12 primeras semanas y riesgo para la salud física y psíquica de la madre dentro de las 22 semanas.

Subtítulo: Un controversia jurídica que no debería existir

Recomendamos la lectura de todo el texto para el conocimiento de condiciones o requisitos que se exigen para la correcta aplicación de la normativa. Por ejemplo, decir que es permisible el aborto en caso de una anomalía fetal incompatible con la vida quiere decir que debe haber riesgo de muerte del feto o del recién nacido durante el período neonatal. También subrayamos como restrictivo y más prudente el que todas las chicas de entre 16 y 18 años deberán contar en adelante con el asentimiento de sus padres o tutores para abortar. Todo esto supone regular el aborto con una serie de normativas y anotaciones, en letra pequeña o grande, que obligará a conocerlo para su aplicación legal. ¿Pero todo esto para qué, si lo que legislamos es éticamente inmoral y envilece la dignidad de la persona? ¿Provocar la muerte deliberadamente a otro, no precisamente en legítima defensa, no será acaso un acto de cobardía? ¿Quiénes somos nosotros para disponer de la fecha de caducidad de la vida de los demás? Privar a otro de la vida que no nos pertenece, ¿no constituirá una usurpación y una apropiación indebida de lo que no es mío ni me pertenece? Reflexionar y responder a tales preguntas me resulta más aleccionador que saber a pie juntillas lo que nuestras leyes, por ahora, nos dictan en el tema que nos ocupa, siempre ante el próximo cambio de criterio que se producirá con la provisionalidad del Gobierno de turno.

En nuestros debates y tertulias abunda todo tipo de razonamientos, pero mucho menos aquellos argumentos que nos conducen a la plena identificación de nuestras creencias, principios y valores con nosotros mismos. Justamente esta coherencia es más necesaria que nunca en estos momentos.

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