¿Tú también, Coca-Cola?
Cuentan, y presumiblemente es cierto, que Julio César, asediado por sus enemigos, al ver que su querido sobrino Bruto también le traicionaba, le soltó con lacónico acento una frase que quedó para la posteridad: ¿Tú también, hijo mío? En aquella pregunta, lanzada en el lecho de la muerte, el ilustre emperador dejaba grabado un profundo sentimiento de dolor: los suyos también le traicionaban.
Hoy, como ayer, como siempre, la historia se repite. La condición humana tiene esas cosas. Bajo distintas formas y personajes siempre hay un Bruto dispuesto a aguijonear a un César y, probablemente, en la época en que vivimos, todavía se interprete más la dramática escena. España, Asturias, vive momentos de grandes convulsiones. Una crisis lacerante, que ha venido provocada desde arriba, nos golpea, merma nuestras posibilidades y acrecienta el desempleo.
Podríamos detenernos aquí, en la descripción de esta triste crisis, con sus monstruos, sus gigantes y sus cíclopes, pero el que esto suscribe no se siente con fuerzas. El propósito inicial de esta carta, disculpen si consideran que me fui por peteneras, es poner de manifiesto un hecho: que también aquellas entidades amigas, empresas de toda la vida, nos abandonan. Algo parecido a lo de Julio César puede sentir uno cuando empresas como Coca-Cola, la chispa de la vida, deciden marcharse. Dan ganas de decir: ¿tú también, Coca-Cola? ¿Tú, que nos alegrabas el visionado de anuncios, que nos hiciste decir benditos bares, que nos diste razones para creer, has hecho que la oscuridad se cierna sobre nosotros?
Pero no hay tiempo para la queja y es hora de la reflexión: ¿por qué empresas como Coca-Cola deciden marcharse? Quizás, es posible, que España sea un país comparativamente peor que otros para tener una empresa. Si uno no es mezquino se dará cuenta de que hay que competir con otros países: no será por nuestra cara de guapos la razón por la que las multinacionales decidan afincarse entre nuestras fronteras. Quizás hay que favorecerlas fiscalmente, quizás, incluso, bonificarlas, quizás ahorrarles papeleo o favorecerles la contratación.
Algunos dirán que eso no afecta, que apenas tiene incidencia en una empresa de tal calibre. Puede que tengan razón, pero lo cierto es que cualquiera se guía por estas cosas. Si a nosotros nos pusieran una gasolinera enfrente de la otra iríamos a la más barata, aunque la otra sólo fuese medio céntimo por litro más cara. Eso, a no ser que la más económica estuviera colapsada o que nos unieran vínculos afectivos por la de precio más elevado (algo dudoso).
Multinacionales como Coca-Cola tienen cientos de gasolineras frente a sí. España es una de ellas y hay que competir (eso sí, sin perder la dignidad). Tenemos que ser capaces (sobre todo los gobiernos) de hacer del país una gasolinera atractiva. Ahora bien, pese a todo, y quizá porque también yo creo que se nos ha de favorecer por nuestra cara de guapos, pido a Coca-Cola que reconsidere su postura para evitar que aquella pregunta que enunciábamos al principio (¿tú también, Coca-Cola?) rellene los libros de historia. Que no cierren plantas, que mantengan a la gente, que no se vayan a invertir a otros sitios. Esperemos que cambien.
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