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El egoismo de unos pocos

14 de Julio del 2009 - Julio César Fernández Faes (Oviedo)

Un día más, por cuestiones de trabajo, no tuve tiempo para comer, ¡bendito horario de verano!, mientras ingería un pincho a las siete de la tarde leía asombrado como los vecinos residentes y propietarios de El Fontán expresaban su más profundo descontento y por tanto, queja por el desarrollo de una actividad nociva para su descanso y bienestar general.

Y bien digo asombrado porque en una época en la que disponer de un puesto de trabajo, presenciar la apuesta de un empresario emprendedor por un futuro negocio, no deja de ser algo raro y extraño. Del asombro pasé a la incredulidad y poco a poco al enfado. ¿Cómo es posible que una persona con sentido común, se queje de que sus hijas no pueden preparar oposiciones ante el ruido constante de los negocios próximos a su residencia?, más si cabe cuando a no menos de cinco minutos disponen de un local habilitado por el Ayuntamiento para el estudio en la calle Campomanes (del que en alguna ocasión fui usuario) y de una biblioteca municipal a menos de un minuto, biblioteca a la que estas futuras funcionarias casi pueden ir en zapatillas. Reflexiono un tiempo y llego a la conclusión de que quién no ve más salida en la vida que opositar, lógicamente cualquier iniciativa de negocio le será fácilmente entendible, o eso o que realmente no tengo sentido común.

Porque claro, en estos momentos de gran bonanza económica es normal que el trabajo que genera la hostelería, los puestos de trabajo que producen, los impuestos que pagan los negocios, los impuestos que pagan sus trabajadores, la riqueza que cambia de mano gracias a la actividad económica y que permite comprar, vender, generar bienes en general se persiga. Es época de perseguir al emprendedor que arriesga, al autónomo que de sol a sol (y casi todas las noches también) da el coñazo con su labor, que genera esos ruidos infernales como el arrastre de cubos de basura, la recogida de enseres de la terraza, o poner y quitar puestos de venta, vender su género. Es verdad es época de perseguir esas malícienlas y ruidosas actividades que impiden el descanso de unos vecinos sufridores.

Unos vecinos que sólo se han visto beneficiados por una total y radical remodelación de sus inmuebles, de una actualización al siglo XXI de unos edificios que se caían a pedazos. Beneficiados con el dinero de todos los ovetenses para reconstruir un espacio de mercado dinámico que siempre tubo un uso similar al actual. Claro que, actualmente, los negocios de los soportales y las terrazas generan ese pestilente olor a esa sustancia corrosiva y maldita que es la sidra (tomen nota de ello en el Boulevard de la Sidra que poco a poco ira minando el suelo y todo se vendrá abajo). Las terrazas atraen a miríadas de niños que corretean y juegan por la Plaza Daoíz y Velarde, mientras sus padres se sientan en las terrazas a consumir o a comprar en los negocios de los soportales. Las riadas de turistas que en grupos organizados y siguiendo a guías profesionales se acercan, pasean y contemplan este espacio, o los turistas que van por libre y que constantemente flasean con sus cámaras fotográficas a las estatuas de las cacharreras de faro o a los edificios en general. Incluso a Woody Allen que por un momento estuvo a punto de rodar escenas de su película Viky, Cristina y Barcelona en la plaza del Fontán. Todos saben que los submundos urbanos atraen a la perniciosa y nociva cultura internacional.

No conozco exactamente el número de los vecinos y residentes del Fontán, creo que son más de nueve, es más, creo que nueve no son ni una cuarta parte de los que ahí residen, pero intento entender a esas pobres, y espero futuras funcionarias que ansían que su sancta sanctorum no se vea invadido por ese maldito ruido de la vida. Qué felices serían en un lugar tranquilo, silencioso, inmutable, como el desierto o como un camposanto, donde nada ni nadie molesten o distraiga su necesaria concentración. Esa actividad de estudio hay que cuidarla, hay que mimarla porque a los ovetenses nos va mucho en ello. Al resto de los opositores que se dejan las cejas, se desuellan los codos, que sufren y pelean día a día, noche a noche, alguna conozco, a esos que les den. No viven en el Fontán que se vayan a las abarrotadas salas de estudio o al Parque San Francisco.

No fui más que un estudiante del montón, pero aún recuerdo aquello que Clarín escribía hace tiempo dormitaba la ciudad de Vetusta mientras la Regenta observaba aburrida y ensimismada los posos del café, hay que defender esa ciudad inmutable, anclada en la tranquilidad y el reposo no sea que con el correr del tiempo, el siglo XXI entre de sopetón en nuestra ciudad. Que no vuelva la canción asturiana que había en la plaza del Fontán hasta las ocho o nueve de la noche, es por todos sabido que el desmontaje y arrastre de las sillas suponía un desproporcionado ruido, a nadie se le ocurrió cambiar sillas por mullidos cojines para sentarse sobre las baldosas. Claro que esto, no funcionaría porque los cojines desgastan excesivamente el suelo. Que no vuelva el teatro popular porque sus sesiones de agosto acababan rallando la media noche y eso no se puede consentir. Que no entre la vida que molesta.

A los hosteleros, a los pequeños comerciantes que dan vida hay que cerrarles el negocio o trasladarlos a un centro comercial de las afueras donde no molesten. Que se vayan a los locales que van quedando vacíos en la calle Uría gracias a este bendito momento de bonanza, no sea que nueve desasosegados vecinos no puedan conciliar el descanso que tanto se merecen.

Tengo un problema que finalmente también quiero que se conozca, y es que soy parte implicada porque fui un residente de la zona. Viví, estudié, crecí y me forme como persona gracias a ello, no puedo ser objetivo, pero sí se me permite, firmare lo escrito como futura víctima y futuro desahuciado social si el negocio del que vivo se me va. Al fin y al cabo lo tengo merecido por no preparar oposiciones, por ser de la minoría egoísta que pretende vivir de su trabajo y sudor, por molestar a nueve vecinos.

En serio, espero que el sentido común haga su aparición y nos ponga a cada uno en nuestro sitio para seguir intentando sobrevivir en este mundo que nos toca.

Confío en que a todos nos toque esa suerte.

Un vecino de Oviedo.

Futura víctima.

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