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El dolor en las entrañas del cristianismo

12 de Marzo del 2014 - Rafael Gutiérrez Amaro (Linares (Jaén))

En las entrañas del cristianismo y de sus vivencias de cada día está el dolor. El que no acepte el dolor, el que no entienda su significado, el que no sepa que día a día tiene que vivir unido a él, es muy difícil que progrese en los compromisos vocacionales de la fe en Cristo. La vida del hombre y de la mujer en la tierra tiene un distintivo: la cruz, seamos o no cristianos: el sufrimiento, la pobreza, la enfermedad, las contiendas, las guerras, el mal, la soledad, la falta de entendimiento mutuo, la depresión, la muerte, todo eso existe. Si somos cristianos lo veremos bajo la óptica de la fe y en la fe encontraremos el porqué; si no lo somos el porqué del dolor será aun más difícil de resolver. El otro día oí un relato que conmocionó mi existencia: En la II Guerra Mundial los nazis ajusticiaron a tres personas en la horca, y un espectador, presente en tan estremecedor hecho contaba el relato, decía: entre los tres había un joven; al hacerse efectivo el ajusticiamiento las dos personas mayores por su peso murieron en el acto, pero el joven no murió y estuvo durante más de diez minutos colgado y luchando atrozmente entre la vida y la muerte, hasta que murió. Al final el grito implacable y contundente del que relató el hecho: Donde estaba Dios. Yo, el que ahora esto escribo, se que estaba, pero no sé en qué forma: ni dónde, ni cómo, ni cuándo, ni con quién. Este es el gran enigma y me interrogo ¿Dios se esconde de la realidad? ¿Dios vive en otra onda? ¿Dios tiene una forma de amar extraña? ¿Dios nos lo pone difícil? ¿Dios juega con nosotros? Yo después de muchos horas, meses y años intentando descubrir el porqué del dolor llegó a la conclusión de que la manera de proceder de Dios difiere de la nuestra; Dios está muy cerca de nuestro dolor pero de otra forma, de hecho cuando en el dolor nos unimos a Él descubrimos su presencia, no una presencia física, pero sí una presencia espiritual que edifica nuestros sentidos, que nos estimula, que nos alienta, que nos da paz y sosiego. Yo he vivido de cerca y junto a muchas personas el drama del dolor y siempre he visto al lado un Dios presente y activo, un Dios que nos llena de esperanza, un Dios que nos fortalece, un Dios que nos descubre en cada momento la luz en el oscuro horizonte de nuestra pena. En ese momento terrible en el que el joven se debatía entre la vida y la muerte, colgado, Dios, estoy casi seguro, estaba dando esperanza a ese cuerpo que se debatía entre el cielo y la tierra; Dios estaba preparando su alma para llevárselo al Cielo directamente, y allí tenerlo junto a Él para toda la eternidad. El fin para ese joven no fue la cruda realidad de una muerte atormentada, sino la divina infinitud de una vida para siempre. Aquí puede estar la resolución de un enigma difícil. Si se aceptas la fe, en el cada día habrá menos incógnitas y más soluciones. Dios sabe más.

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