Tontos y listos de los genitales
Es un lugar bastante común lo de tontos de los cojones que, de alguna manera, renovó en su día el otrora alcalde socialista Pedro Castro cuando tildó de eso a los votantes del PP.
Leo en la prensa que tanto al susodicho como a su hijo, David Castro, como a otros politiquillos de su tiempo, les han dictado auto de procesamiento por el caso aparcamientos.
Dado que todo tiene su opuesto, y que cuando uno usa como insulto la condición que le otorga a otro ese uno se considera en la condición opuesta, es evidente que el nombrado Pedro Castro se suponía a sí mismo como un listo de los cojones. Y que los tontos de sus mismos eran quienes, con sus votos, pretendían poner a los que no eran socialistas en los codiciados puestos desde los que se podía trincar.
Pensando en el significado de estas expresiones he llegado a la conclusión de que admitido, parece que ya de forma irrebatible, que no son los genitales sino el cerebro el asiento del pensamiento, se quiere decir que los tontos de la entrepierna son los que padecen una tontería superior a la de los más tontos cerebrales y, consecuentemente, los listos de ahí abajo lo son más que los listos de ahí arriba. Por extensión también he llegado a sopesar la posibilidad de que sea ésta una cuestión genética que se manifiesta, o no, en los individuos según sean sus circunstancias personales, pues además de este caso se me viene a la memoria algo de Cataluña relacionado con las ITV, por ejemplo.
Y como si esa entidad desconocida que maneja nuestros pensamientos no quisiera que los abandonara, después de leer el periódico digital he ido al quiosco a por el de papel, y mira tú, leo en su editorial: Imputada por lo que es. La Infanta Cristina compadece ante el juez sin que haya pruebas ni indicios delictivos.
Y lo dicho, a seguir pensando. Sintetizando en términos de andar por casa, viene a decir el editorial que la Infanta ha sido copatrocinadora, y figura fundamental, de una fiesta en la que ella ha sido la que, con su esposo, más ha bailado y ni siquiera se ha enterado. Lo que me lleva a preguntarme cuál es realmente la pretensión del mencionado editorial: ¿quiere poner a la Infanta por tonta genital o por tonta cerebral? ¿O ni lo uno ni lo otro, sino que estamos ante una angelical criatura incapacitada, dada su celestial condición, para la percepción del mal?
Y como si hubieran dispuesto un tren de acontecimientos cuyos vagones van discurriendo ante mí, cierro el periódico, pongo la tele y veo la tierna, dulce y cándida sonrisa que ilumina el rostro beatífico de la Infanta al bajarse del coche y caminar hacia su inmediato y pérfido destino. Todo lo cual hace aflorar la idea que cierra mi pensamiento: El editorial y la imagen de la Infanta parecieran tener un génesis común.
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