Los servicios de salud mental en el Suroccidente
Nunca es agradable tener que acudir a los servicios de salud mental. Ya sea en carne propia o en la de algún familiar cercano, se trata de una experiencia dura, intensificada por el tabú que aún pesa sobre las enfermedades mentales, y que añade un punto más de angustia a la que es normal ante cualquier otra dolencia grave.
Este tránsito, ya de por sí difícil, se ve agravado en el caso de que a uno le corresponda el área sanitaria II, centralizada en Cangas del Narcea. Y cualquiera que haya visitado las dependencias de salud mental sabrá de lo que hablo. Unas instalaciones obsoletas, dentro de un edificio cuyo aspecto interior es lóbrego y destartalado. Deprimente, podríamos decir. No parece el mejor calificativo para un centro de salud mental, ¿verdad?
Pero aún hay más. La población de la comarca presenta unos niveles de envejecimiento superiores a la ya de por sí envejecida media regional. No es de extrañar, pues, que en muchos casos las personas que acuden a las instalaciones de salud mental presenten otros problemas físicos y/o de movilidad. También podríamos decir que, seguramente, estos problemas físicos pueden tener relación directa con los problemas mentales. ¿Saben qué se encuentra, por ejemplo, una persona con problemas de movilidad cuando acude a los servicios de salud mental de Cangas del Narcea? Pues, que para pasar consulta debe primero ascender un largo y penoso tramo de escaleras. ¿Lo imaginan? ¿Se imaginan a una persona mayor que necesita dos muletas para poder andar con dificultad teniendo que desfondarse previamente para llegar a la consulta?
No parece tampoco lo más idóneo para reforzar su autoestima, ¿verdad?
En resumen, un ambiente deprimente y unas dificultades de acceso que son totalmente inadecuadas para el perfil habitual del paciente que tiene que hacer uso de ellas. El trato de los profesionales, afortunadamente, es harina de otro costal.
Y ya está bien de que nuestros representantes políticos se llenen la boca hablando del equilibrio territorial y de desarrollo rural, cuando, en la práctica, someten a las personas más necesitadas de nuestras comarcas a este trato inhumano que acabo de describir.
Natalia Fernández Pérez
Navelgas
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