Dos décadas con un nuevo corazón
Hace más de veinte años me sonrió la suerte mediante una consulta con la doctora Laura Pérez García en el departamento de cardiología del Hospital Valle del Nalón. A pesar de que era la primera vez que pisaba el despacho de la doctora, me recibió con su tan peculiar psicología, apoyada en su carácter tan amable para con todos los enfermos sin excepción, que de inmediato dio la sensación de que ya había conseguido media «receta».
Durante dos años, más o menos, la enfermedad me obligó a ser su paciente habitual tanto cuando estaba ingresado, como cuando lo era por consultas externas, hasta la Navidad de 1991, que me cogió ingresado, mientras la doctora Laura disfrutaba de unos días de descanso profesional. Sin embargo, su descanso solo debió de ser en teoría, ya que más bien se dedicó a informarse con detalle de quién era y cómo conectar con el doctor don José Goiti, contratado por el Hospital Central de Asturias para hacer trasplantes tanto de corazón como de pulmón, asumiendo, en funciones, la jefatura del servicio citado. Servicio prestado, que, por desgracia, ha sido breve por motivos que quizás no haya desvelado ni a la propia dirección del Hospital. Teniendo en cuenta su profesionalidad, es posible haya optado por «aguas más tranquilas» en su natal País Vasco, después de haber ejercido unos veinte años en Londres. Aunque la estancia aquí, en Oviedo, haya sido breve, para mí resultó suficiente.
Nadie mejor que la doctora Laura sabía que su equipo en el Hospital Valle del Nalón me calificó de enfermo desahuciado por tratarse de una patología grave, cuatro «bypass» junto a otras enfermedades profesionales después de 39 años como minero y el condicionante de mi avanzada edad (75 años).
Todo mi historial fue analizado por el doctor don José Goiti, que no encontró inconveniente para que mi corazón fuera reconstruido con todo éxito, hasta el punto de que han pasado dieciocho años, y sigo sobreviviendo sin ninguna complicación inherente a la operación en cuestión.
El día 7 de enero de 1992 fui ingresado y al día siguiente requerido en su secretaría para informarme de los detalles de la intervención. Debo señalar, en el plano anecdótico, que la conversación entre ambos resultó tan amena que hasta se olvidó de que yo firmara la conformidad preceptiva, olvido que se solucionó con el envío de un enfermero a mi habitación para la obligatoria firma. Este encuentro me hizo concebir que el asunto no podía empezar mejor, y fue para mí un verdadero sedante; a los nueve días me fue dada el alta hospitalaria.
Hoy, con 94 años muy próximos a cumplir, mi corazón sigue latiendo con normalidad y me permite caminar cuatro kilómetros todos los días si el tiempo no lo impide. Por eso me hago estas reflexiones, ¿acaso se han tenido que juntar dos «ángeles» (don José Goiti y la doctora Laura) y bajar del cielo para que el que suscribe pueda seguir sobreviviendo entre los que más quiere...? Hay un dicho que dice «el que salva una vida salva la suya...», y yo no tengo palabras para poder expresar con todo el corazón que me habéis «regalado» las gracias que os merecéis, deseando que sigáis cosechando éxitos allí donde estéis. Gracias, Laura, muchas gracias. Gracias, don José. Y hasta siempre.
Nota. Me imagino que habrá muchos supervivientes que hayan recibido los servicios médicos de estas dos encantadoras personas y se sientan en deuda por no poder expresar su gratitud, sirvan este escrito y este espacio que, una vez más, y ya van varias, me permite hacerlo este prestigioso diario de LA NUEVA ESPAÑA.
José Fernández Fernández
Pola de Laviana
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