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Vivan las cadenas

15 de Febrero del 2014 - Francisco Serrano Pérez (Salinas)

Joselillo no sabe latines. ¿Cómo va a saber latines un gitanillo del Reblinco? Los latines tienen un chungo futuro, si esperasen por Joselillo. E incluso si no esperasen por él, también. Así, por lo menos me lo decía mi profesor de Latín, en el campus de Humanidades de Oviedo, mi admirado profesor Bodelón, del que guardo un más que grato recuerdo, a pesar de que en el examen final pusiera un enrevesado texto sobre los tracios y sus peleas con los macedonios de Alejandro.

La escena me la refirió el maestro del tal Joselillo, que me distingue con su amistad desde hace mucho tiempo. Amistad que yo agradezco y de la cual dejo constancia aquí, por aquello de la justicia distributiva.

Él, el maestro, trataba de conseguir del arrapiezo que se esforzara en considerar algunas de las fechorías, brillantemente ejecutadas por el rapaz, con el fin de que se pudieran concluir las consecuencias que, motivadas por lo que se llama principio de causalidad, se habían producido. ¡No sé si me explico!

Joselillo, al cabo de un rato de sufrir aquel «acoso» de su maestro, daba muestras inequívocas de que no estaba nada a gusto con la experiencia que estaba viviendo en aquel despacho, y que se manifestaba en una creciente inquietud que le llevaba a cambiar de postura de un modo casi continuo y brusco. Y fue, entonces, cuando se destapó con la siguiente frase: ¡Don Fulano, pégueme, pero no me haga pensar!

Joselillo entraba así, sin él saberlo, en ese elenco tan menguado que se compone por las personas que pronuncian frases que merecen ser transportadas a una lápida o placa y ser colocada, ubicada se dice hoy, en el paseo de Salinas, donde se colocan todas las placas del mundo, según parece.

Si se acepta la definición de naturaleza que nos llega de Aristóteles, y que asume que es «la esencia como principio de operaciones», habría que colegir que Joselillo no piensa y, por lo tanto, que Joselillo no pertenece al género humano, pero no es así. Es algo peor, Joselillo puede pensar, pero no quiere hacerlo sobre determinadas materias, renuncia a hacerlo. Son las materias en las que él no sale muy bien parado. Eso es algo que él considera «contra natura». ¡Pobre Joselillo! ¡Y él sin saberlo! Cuando en estos momentos es posible que recorra este país conduciendo alegremente una «fragoneta», porque adivina unos beneficios pingües, que puede obtener de tales o cuales mercancías...

¡Cogitaciones, sí! ¡Pero las que yo quiera! ¡Faltaría más!

Pero en este país, o lo que sea esto, que no sé lo que es, se han dicho cosas peores, y merece la pena que se hable de ello. ¡Vaya si merece la pena!

En el año 1814, el 13 de mayo, Fernando VII, que ha estado retenido por Napoleón en Valençay, vuele a España. Napoleón quiere cerrar alguno de los muchos frentes que tiene abiertos y suelta al rey español.

Antes, en el año 1812, el 19 de abril, se había aprobado una nueva Constitución en España, en Cádiz. Era la Pepa. Un mes antes de llegar el rey, un grupo de diputados, 69 para ser más exactos, promulga un manifiesto, «el manifiesto de los persas», en el que se solicita al rey que se vuelva a instaurar el Antiguo Régimen.

Cuando el rey llega a Madrid, ese 13 de mayo de 1814, un grupo de personas desenganchan los caballos de la carroza real y al grito de «Vivan las caenas» se ponen ellos a arrastrar el carruaje, sustituyendo a los caballos. Es la manera más vil de aceptar el Antiguo Régimen, quizá financiada por los bolsillos de los que tenían mucho que ganar con aquel cambio.

Se van a cumplir doscientos años de esa efeméride, si es que algo así se puede llamar efeméride. No es mucho tiempo, pero es mucho el contenido. Decir hoy «Vivan las cadenas», con lo que ello significa, es algo, cuando menos, irracional. Pero se sigue gritando algo parecido y nadie se escandaliza. Basta con leer lo que da de sí el caso del «señor» Urdangarín y de su esposa. ¡Pues vale! ¡Vivan las caenas!

Hasta aquí hemos visto cómo Joselillo se niega a pensar, y otros reniegan de lo que tiene más valor en sus vidas: la libertad.

Considerando el comportamiento de la Corona, del Gobierno, de los políticos, de los jueces, etcétera, no podemos quedarnos impasibles, como si no sucediera nada. Equivale a que también nosotros gritásemos «Vivan las caenas».

Yo prefiero animarme con otra frase, la tercera, la que pronunció Cicerón en el año 63 antes de nuestra era en el Senado romano, donde sí hablaban latín: «Quousque tandem abutere, Catilina, patientia nostra?». Que en lenguaje de la calle se traduce por: «¿Hasta cuándo, Catilina, vas a abusar de nuestra paciencia?». No os podéis imaginar lo malo que era ese Catilina, y lo buen orador que era Cicerón.

Por algo parecido, un «amigo» me ha llamado «mal español» y no me habla.

Francisco Serrano Pérez

Salinas

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