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La realidad de la Educación asturiana

9 de Abril del 2014 - María Teresa Zapico López (Mieres)

Señora consejera de Educación:

Como profesora interina, me dirijo a usted a través de esta carta que también remito a medios de comunicación, en un momento en el que el colectivo al que pertenezco no atraviesa su mejor etapa. Lo hago porque cuando la eligieron para el cargo que ahora ocupa, alguien que la conocía, me dijo además que era una persona muy trabajadora, que sabía escuchar. Mucho me temo que, desde hace meses, esa cualidad pasa por una crisis, y no quisiera suponer que los encuentros que ha tenido con el señor Wert –al que tanto ha criticado por sus formas– la hayan contagiado de las mismas.

Creo que no hace falta que le recuerde, aunque sí debo hacerlo por las personas ajenas al mundo de la enseñanza que lean esta carta, el largo camino que el profesorado interino de Asturias ha recorrido desde que, en 1998, se convocaron las primeras oposiciones a cuerpos docentes en nuestra comunidad. Desde entonces la oferta pública de empleo estuvo siempre muy alejada de las necesidades reales: ofertas pírricas, discontinuas, años de congelación... A ello hubo que sumar convocatorias de última hora o cambios de legislación y temario; a título de ejemplo, en 2011 se renovó el temario de Secundaria y cuando muchos opositores ya lo habían adquirido y estaban trabajando sobre él, en los primeros meses de 2012 se volvió al antiguo, para terminar descartando realizar oposiciones. Todo ello conlleva para el profesorado interno un sube y baja no apto para cardiacos, pues tienen que compaginar un trabajo docente intenso a lo largo de la mañana con horas de estudio en la tarde y en el tiempo libre, porque hay que estar siempre en estado de alerta; y por cierto, conviene recordar que los exámenes –cuando tocan– se realizan cruzándose con las últimas jornadas de curso, mucho más cargadas de responsabilidades dentro y fuera de las aulas.

A los opositores los examinan personas que unos días antes eran compañeros y pasan a ser elegidos por sorteo para unas pruebas en las que la mayoría no quiere estar, por la responsabilidad que representa y la sobrecarga de trabajo, también a final de curso; unas pruebas en las que los aspirantes se juegan poder seguir trabajando si no pueden acudir por cualquier circunstancia adversa y en las que una parte sustancial de las mismas responde a un discurso memorístico alejado de cualquier criterio pedagógico y totalmente subjetivo a un lado y a otro de la mesa. Unas pruebas a las que acuden, porque Asturias es tierra generosa, aspirantes de otras comunidades –no lo olvide, señora consejera, cuando afirma que los asturianos también se van fuera a hacer oposiciones– que nos han negado el pan y la sal, con criterios de idioma, puntuación y otros recursos para beneficiar a sus coterráneos.

Quienes en dichas oposiciones obtienen plaza con carácter definitivo pueden estabilizar su futuro, pero ocurre que son muchos los que, superando los exámenes, por cuestión de puntos, se quedan fuera de esa estabilidad y en cada comienzo de curso retoman el sinvivir. Al principio, sustituciones de algunos meses, con lo que ello supone: llegar a mitad de curso, no trastocar mucho el trabajo de la persona a la que se sustituye, no alterar demasiado el ritmo del alumnado... y cuando se tienen las cosas controladas, vuelta a empezar.

Quienes tienen vacante para todo el curso se encuentran en mejor situación profesional, pero para muchos es difícil conciliar la vida laboral y familiar porque, dependiendo del destino, tienen que alquilar una casa o afrentar largos kilómetros de ida y vuelta durante toda la semana, con el gasto y desgaste físico y mental que conlleva y también con los riesgos ligados a la carretera; también se hace muy difícil participar en proyectos de centro porque un curso se puede colaborar, pero al siguiente se estará en otro destino, ya que no siempre la posición en la lista coincide con la vacante más favorable.

En estos años, las necesidades en los centros docentes se han cubierto tirando del colectivo que por razones de conseguir méritos pero también por afán vocacional, ha seguido formándose como educadores (siempre fuera del horario lectivo) y batiéndose el cobre en el trabajo diario de las aulas, que es mucho más que las horas de clase propiamente dichas y que usted conoce perfectamente. En el trabajo y con los años, se va pasando por todos los niveles, según materia y especialidad; y a lo largo del curso, se realizan tareas de tutoría, de guardia, horas de apoyo a alumnos que necesitan una atención más personalizada, se recibe a padres o se les llama por teléfono, hay reuniones con los compañeros como equipo docente, como tutores, con los equipos de orientación, reuniones de departamento, sesiones de evaluación, reuniones de claustro, preparación de informes, seguimiento de faltas y tareas administrativas de lo más variadas... A ello hay que unir las horas de preparación de clases, corrección de exámenes y trabajos, revisión de tareas diarias... que se extiende a las tardes, fines de semana y período vacacionales del curso, si es necesario. ¡Ah!, y no olvidemos, jornadas culturales y actividades complementarias y extraescolares, que no son una manera de romper la rutina, sino más horas de trabajo y mucha responsabilidad hacia el alumnado a su cargo. ¡Qué le voy a contar que usted no sepa, que es de la profesión!

Los que no parecen saber mucho de la misma son algunos miembros de su equipo, que, no sé si por salvar los muebles o la cara frente a la opinión pública, desarrollan un discurso demagógico, cargado de contradicciones. Porque, si no, ¿cómo explica alguna de las reflexiones que don José Antonio F. Espina, director general de Personal Docente y Planificación Educativa, desgrana en el diario LA NUEVA ESPAÑA?

El señor director general afirma que «reconocemos el trabajo del profesorado interino, un colectivo que año tras año es fundamental para el sostenimiento del sistema educativo asturiano. Creemos que estos profesionales, con el peso de su experiencia docente, cuenta con numerosas posibilidades de acceder a alguna de esas plazas con carácter definitivo que ahora convocamos»... para añadir a continuación que «tampoco queremos abandonar a su suerte a aquellas personas aspirantes que, sin contar con experiencia previa, obtienen una excelente calificación en las pruebas de la oposición y quedan permanentemente relegadas a los últimos lugares de las listas de interinos, al no contar entre sus méritos con puntuación suficiente en el apartado de experiencia docente»... Sin duda, el señor F. Espina trata de lograr la cuadratura del círculo, porque afirma después que «trabajamos y trataremos de lograr un acuerdo con las organizaciones sindicales para establecer una mayor equidad en el sistema de acceso a la función docente»... Teniendo en cuenta la minioposición convocada que reparte la miseria y ese nadar entre dos aguas del director general, como no sea establecer turnos según años pares e impares para los noveles y los experimentados, ya me dirá...

En todo caso, el número importante de profesorado interino que ha ido acumulándose en Asturias es fruto de un sistema caduco y poco ágil, que lastra y atasca la forma de acceso a la función pública. La convocatoria de este año es un ejemplo de libro de cómo hacer las cosas mal. Desde que empezó todo este asunto, la cosa va a peor, sin pies ni cabeza.

Señora consejera: usted y su equipo se equivocan de la cruz a la raya, y el juego de cabezonería y regateo que se traen entre manos desde diciembre no los deja, desde luego, en una buena posición. Tenían muy fácil optar por una convocatoria sin examen y dejar las plazas en reserva para esperar tiempos mejores, dada la inestabilidad del momento y la desgracia de la «ley Wert», pero han preferido meterse en un proceso de oposición, carísimo en relación con lo ofertado, mientras los centros del Principado y el profesorado asumen y sufren recortes de todo tipo, aunque para su director general, «en el actual contexto de crisis y pérdida de empleo, es preciso valorar la importancia de la convocatoria de estas plazas de personal funcionario y la repercusión que puede tener, no sólo para el profesorado que logre acceder a ellas a través del concurso-oposición, sino también para la mejora de la calidad educativa de los centros de Secundaria y Formación Profesional», lo que no deja de ser un autocuelgue de medallas, valorar la convocatoria como si fuera una oferta generosísima y suponer que hasta ahora no hay calidad educativa en los centros por falta de profesorado estable, cuando el profesorado interino ha sido siempre punta de lanza en la docencia asturiana.

Usted y su equipo lo que han hecho es no escuchar a nadie; ni a las fuerzas sociales, ni a los directamente implicados que les están diciendo que van a originar un problema donde no lo había, y perjudicar a un montón de personas. Personas que no son números, ni expedientes, ni piezas de ajedrez con las que se juega no sé con qué objeto ni para ganar no sé qué partida.

En vez de meterse en estos jardines, podían bajar al aula y ver lo que hay: centros sin recursos, profesores sobrecargados y cabreados, programas de apoyo y orientación recortados y aulas saturadas. Eso sí, cosas peregrinas como el programa de bilingüismo, que se ha convertido para la Consejería en la joya de la corona, sigue adelante, con aumento de plazas para el próximo curso, generando una nueva división entre el profesorado –quizás siguiendo la táctica de Julio César–, entre aquellos con título en idiomas y los demás, que por cierto suelen ser muy buenos en lo suyo y han ido mejorando a lo largo de los años. Ese programa, por cierto, es un auténtico fracaso. Usted lo sabe también como yo, señora consejera; reconozca conmigo que ni se aprende la materia, ni el idioma y que se acaba segregando a parte del alumnado. Créame: estudiar y saber lenguas es otra cosa. Aquí nos encanta ir de catetos y pijos, y así nos luce el pelo: profesionales excelentes marginados y agraviados en sus derechos porque no hablan inglés (el bilingüe está copado por la lengua del Imperio), alumnado que recibe las explicaciones en una mezcla de spanglish y que estudia en español para luego «soltarlo» como pueda y un niño de Primaria –le juro que es cierto y sólo un ejemplo– que estudia las partes del cuerpo en la lengua de Shakespeare, pero luego no se las sabe en español... Cosa que creo debería preocuparla, señora consejera, por lo que a la licenciatura que usted posee, se refiere.

¡Parece mentira, señora consejera, con lo que usted prometía cuando llegó al cargo! Creo que los vapores del poder y asesores no muy finos le han nublado el buen juicio.

Francisco Giner de los Ríos escribió hace muchísimos años que «de todos los problemas que interesan a la regeneración político-social de nuestro pueblo, no conozco uno solo tan menospreciado como el de la educación nacional... La educación es escudo y defensa de la nación».

Parece que no hemos aprendido nada y que el enemigo público somos ahora quienes formamos un capital humano que no puede despilfarrarse, y que ahora mismo está educando a la futura ciudadanía de este país, defendiendo a capa y espada una enseñanza de calidad, igualitaria, progresista y pública. Esa enseñanza quiero pensar, señora consejera, en la que usted sigue creyendo.

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