Deus ex machina

10 de Marzo del 2014 - Francisco Serrano Pérez (Salinas)

En alguno de los antiguos dramas griegos, sobre todo en los de Eurípides, cuando se llegaba a una situación sin salida, se resolvía introduciendo en la representación una intervención divina, que consistía en descolgar desde lo alto, mediante un mecanismo, a un actor que representaba a uno de sus dioses, que, con voz tonante, dirimía la situación. A este procedimiento se le denominaba, ya en el mundo romano, «deus ex machina», que equivale a «el dios de la grúa».

En las pelis del Oeste, el equivalente a dicha escena es la llegada del regimiento de caballería número 7, a todo galope, mientras el corneta interpreta el toque de carga, y los demás disparan a todo lo que se mueve, cuando la situación parece ya insostenible, por la concentración de todos los indios e indias, como ahora es obligado decir, de la zona y aledaños.

Ahora, que la situación del país se enrarece por la crisis, que motiva la aparición del fenómeno escrache, de los indignados, y las protestas de toda ralea, como los parados, los sindicatos, y todos aquellos grupos que pretenden llevar a la calle una disputa política que debería solventarse en el Congreso, que para eso lo tenemos, y lo mantenemos con nuestro dinero; yo me pregunto dónde está el «deus ex machina» correspondiente. En la calle se dirimían los duelos en el Oeste a tiro limpio, pero eso ya pasó, y fue allí, y hace muchos años, y además es un modo injusto, porque sólo ganaba el más rápido, y el que mejor tiraba, y no el que tenía razón.

Aquí, según colijo, es una estrategia que jalean algunos partidos, a quienes, como diría Gila, no me gusta señalar; porque creen que así se acrecientas sus posibilidades de acceder al poder, o así, por lo menos, merman las posibilidades de los partidos que ahora lo tienen.

Yo no acabo de entender por qué unos empleados de todos, que son los antidisturbios, deben aguantar insultos, escupitajos y otras lindezas, cuando no heridas, por el lanzamiento de toda clase de objetos. ¿Conoceremos algún día cuántos antidisturbios han causado baja definitiva por los daños recibidos? ¡Qué diferencia de nuestros antidisturbios con el 7.º de Caballería! Yo no entiendo por qué se rompen escaparates, se bloquean cerraduras con silicona, se queman contenedores y se destroza el llamado mobiliario urbano, y todo ello admitido como «normal». ¡Señoras y señores, esto no es normal! Lo normal es que todo funcione, y esté en su sitio, y se respete. ¿Quién paga todo esto? ¿Nosotros? ¿Eso que los USA llaman «we the people»?

La madre de Juan Lanzas, un sindicalista andaluz, ha pronunciado una frase en la que dice que su hijo «Tié dinero p’asar una vaca». Yo me sentiría satisfecho si una de las muchas placas, ocho, que hay en Salinas, inmortalizase esa frase. Iría todas las mañana a leer el contenido de la misma, cuando me levantase, casi con la misma devoción con la que los judíos acuden al muro de las lamentaciones. Por lo menos me lo propondría. ¡Señores, eso es algo indigerible!

Lo de Andalucía que va poniendo en claro esa maravilla de juez que se llama Alaya, explica, en parte, que los catalanes digan eso de que «España ens roba». No es que España robe, es que aquí hay una competición organizada para meter mano «en el sacu de les perres». ¿Cómo se puede mandar dinero a una autonomía que a emplearlo en desvíos hacia el propio peculio de unos cuantos espabilados, se llamen Juan Lanzas o no, en mariscadas incontroladas, y a otras lindezas semejantes, como satisfacer el ansia desmedida de dinero de eso que se llaman sindicatos?

¿Tienen derecho las autonomías deficitarias, las que ingresan menos de lo que gastan, a tener ese saco roto que se llama televisión autonómica, o cosas parecidas? Y eso no es sólo cosa de Andalucía. Asturias tiene 300.000 pensionistas, de una población que ronda el millón de personas, y está, de pleno, incluida en la categoría.

En la conocida tragedia de Shakespeare «Hamlet» se dice que «algo huele a podrido en Dinamarca», ¡Anda que aquí!

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