El quirófano

10 de Marzo del 2014 - Santiago Panizo Orallo (Madrid)

Oviedo sabe a Reconquista, a ilustrados como Jovellanos o el padre Feijoo, al Románico de Santa María de lNaranco, a premios «Príncipe de Asturias» y a la clínica Fernández-Vega, donde la luz de los ojos es lo que más cuenta en la escala de los valores de la vida.

En Oviedo aprobé la última asignatura de mi carrera de Derecho y defendí aquella tesina sobre la responsabilidad penal o de las personas jurídicas, con los profesores Alfonso Prieto y González Campos, entre otros. Eran otros tiempos y Oviedo era la capital del carbón y casi todo en Asturias se miraba en sus ríos negros y en las escolleras de sus minas brillando al sol de unos amaneceres neblinosos o de unos atardeceres más neblinosos aún. Eran otros tiempos, pero al alma de Oviedo sigue siendo la misma...

En Oviedo y Asturias he vivido momentos dulces de mi vida.

Como Ceceda, con aquella capilla de roca dorada excavada en el suelo, repasando, con Luis Fernández-Vega (padre e hijo: dos en uno) aquel grabado de la pared, del que tan ufanos se sentían y enseñaban a los amigos como si fuera un programa de vida: «Pido el Cristo de las Cuevas la serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, el coraje para cambiar las que puedo, y la sabiduría para discenir en ambas situaciones».

O aquellos días en Niserias, con la Peñamellera mirándose en el Cares verde, y unos cuantos amigos jugando al dominó o esperando el salmón que unas veces llegaba y otros no, como pasa con todo lo que se espera...

O mirando desde el Naranco la ciudad. O pidiendo a la «Santina» en Covadonga, no soluciones hechas para nuestras cosas, sino la luz y el ánimo para luchar por ellas, que es la gracia más pura de una oración.

Y también porque en Oviedo aprendí lo que es un quirófano aunque solo haya sido por una operación de cataratas y ahora por el tratamiento de una degeneración macular, gracias a que la edad a nadie dispensa de achaques.

No es que metan miedo los quirófanos; es que, al entrar en ellos –como no sea solo de visita– te van diciendo sin palabras lo que es la vida, y, sobre todo, que lo importante es a veces lo que menos lo parece, y al revés.

El pasado 25 de febrero entré –la última vez– en aquel quirófano de la clínica Fernández-Vega para una tontería, una nueva inyección en el globo del ojo, aunque bien se sabe que las tonterías en un quirófano ya no lo son tanto. La doctora y su equipo de auxiliares –Joanna, María, Monse y Conchi– te van a dar una «estocada» en mitad del ojo –un pinchazo, mejor– que no es nada pero impresiona. Bromeas y te bromean pero, al medio-ver o presentir mejor – entre las luces que ciegan y aquella parafernalia casi ritual de mascarillas, atuendos verdes y el frío calculado del aire– la aguja acercándose inexorablemente a tus ojos, quien más quien menos siente que la vida es poca cosa y que todo eso que se nos dice tanto, que somos super-hombres y que a veces terminamos por creer, tiene más de teoría o quizás de fantasmada de campo de fútbol, de fiesta de despedida de soltero o simplemente de sueño de una noche de verano que de verdad. Lo que me hicieron, y hacen cada vez que voy, no es nada pero parece algo porque lleva consigo todo ese misterio casi sagrado y el simbolismo de un quirófano.

Es verdad es que las manos de hada de la doctora y sus «chicas» lo hacen todo tan fácil, tan delicada y suavemente, que –al terminar y con el rodar de la camilla hacia la puerta de salida– uno se va diciendo, «esto que te dicen que no es nada realmente no lo es, aunaque haya de hacerse en un quirófano. No es nada y, sin embargo, al cerrar esa puerta y volver al aire, y ver otra vez el Oviedo que has visto hace un momento, parece una liberación. Una liberación y dar las gracias muy en serio a Eva, Joanna, María, Monse y Conchi. A todas ellas, al salir, les darías un beso de quirófano que tal vez sea uno de los más sinceros y gratos modos de dar las gracias. Porque sería un beso de amor benevolente a las manos y las gracias de las hadas. Y porque uno, al salir del quirófano, se libera del complejo de los hospitales. Complejo hasta de hombres grandes como robles, que, ahí dentro, parecen hombrecillos de la novela deSwift.

Al salir del quirófano esa tarde de final de febrero, brillaba un sol radiante en Oviedo. Poco antes diluviaba y aquel «orvallo» siguiente, cadencioso y casi musical, semejaba una pincelada más del clarouscuro de la vida de los hombres, toda ella mezcla incesante de colores. Y uno piensa que, cuando los inventos de la ciencia y de la técnica se ponen de parte de la vida –que para eso sólo debieran ser–, es una gloria cantar a la ciencia y a la técnica, sin dejar de mirar al cielo, lluvioso antes y de gran sol radiante después del quirófano y el estilete de la aguja apuntando al globo del ojo. Que el estilete de la aguja no es realmente nada si las manos que lo mueven son de hada como lo son las de la doctora y su equipo.

Los quirófanos... Como todo. No son ellos los que hacen el milagro de la luz y de la vida en esta clínica y en todas. Son las manos de hada de los que allí trabajan y luchan los que más ayudan a la causa de la luz en esta tierra tan bonita, pero son quirófanos.

Santiago Panizo Orallo

Madrid

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