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Sobre insomnios y otros sueños

10 de Marzo del 2014 - Ángel García Prieto (Oviedo)

Es difícil tener un mínimo de objetividad para calificar la calidad del sueño de cada uno. Con frecuencia, las quejas de los que se tienen por insomnes están demasiado influidas por una pura fantasía: la que piensan y desean sobre su descanso nocturno. Hay demasiadas expectativas respecto a la cantidad y la calidad del propio dormir. Y también demasiada ansiedad sobre lo que va a ocurrir mañana si hoy no duermo bien... Y el resultado es una espiral de tensión que acaba por agotar a quien pretende lo que no puede.

En primer lugar hay que pensar que el sueño es un regalo del cielo, no un derecho del ciudadano; incluso en las sociedades del bienestar, o más precisamente en ellas, pues en Níger, Etiopía o Burkina Faso, por ejemplo, no me parece que haya mucho problema de insomnes, porque lamentablemente tienen otras dificultades más perentorias para preocuparse. El sueño tampoco es un estado de anestesia que pueden proporcionar dosis mayores o menores de unos u otros fármacos; de modo que no reduce el problema a encontrar una pastilla maravillosa, porque las pastillas milagro sólo por milagro existen.

Perdonen si llevo estas consideraciones hacia una postura de aparente escepticismo. Trato, simplemente, de aclarar que el sueño depende de la edad, de la salud psíquica y física, de las preocupaciones, tensiones y de muchas otras circunstancias externas e internas de la persona que desea dormir. El sueño hay que buscarlo con una actitud lo más tranquila posible, sin exigencias y tratando de poner en orden y con realismo nuestras posibilidades ante la vida que nos toca vivir a cada uno. Por ejemplo, hay que partir de la base que sólo se considera insomnio, desde un punto de vista médico, a situaciones en las que haya más de tres días a la semana en los que el sueño sea tan escaso y poco reparador que tenga consecuencias de fallos de atención, de concentración o estados de mal humor al día siguiente. Dormir no es quedarse como un lirón desde que nos acostamos hasta la hora en teoría que nos proponemos levantar, como cuando teníamos quince años. Tampoco se trata de dormir el número de horas que a nosotros nos parecen que deben ser, sino las que son necesarias para nuestro organismo.

Es precisa una higiene del sueño, un horario razonable y regular, no haber cenado demasiado, no haber hecho excesos con excitantes, tabaco o alcohol, se precisa un ambiente adecuado en la habitación. Y en el ambiente circundante. Y desde luego un mínimo de armonía y tranquilidad respecto a los estresantes de nuestro día. En fin, la situación ideal es sólo ideal. La real es tratar de hacer lo que uno pueda, que es descansar sin agobiarse por no conseguir dormir aquello que de una manera teórica deseamos. Y en último caso acudir a un profesional para que nos ayude, con algún fármaco si el problema es transitorio y circunstancias o con una psicoterapia u otros medios, si se trata de un verdadero insomnio crónico.

Ángel García Prieto, psiquiatra, Oviedo

Oviedo

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