Liderazgo
Además de una serie de virtudes, nos apresuramos a señalar que un líder nunca debe sucumbir a la adulación, pues esta actitud humana acaba nublando el juicio de quien lo acepta; añadiendo, que acaba también engreído, cuando se rodea de aduladores. Incluso, hay que decirlo, terminan sometiéndolo si es receptivo a las lisonjas. Y es que, aunque esta afectación sea antigua como la existencia humana, hay que reconocer que no es fácil la insensibilidad. No estará de más recordar que la rectitud natural del sentido común, de la personalidad sana, permite al hombre situarse equilibradamente un proyecto de vida y una conducta coherente, adaptada a la realidad.
Subtítulo: Guiar a un grupo sin sucumbir a la adulación
Destacado: Quienes de una manera u otra alcanzan el liderazgo en algún ámbito de la actividad humana no siempre se rodean de gente competente
En primer lugar, para obtener el liderazgo es evidente que hay que gozar de una posición de privilegio, de poder. ¿Nacen o se hacen los líderes? No estamos en condiciones de responder. Sea como fuere, lo cierto es que su capacidad tiene que conducir, mediante la motivación, a influenciar y coordinar con espíritu de colaboración responsable a los miembros del equipo con un mismo fin, en las funciones que se les asigne. A partir de aquí, independientemente de la valía de sus componentes, un líder debiera igualmente centrar su capacidad de observación en el comportamiento de cada uno de ellos, no tanto en lo profesional, sino en cuanto a la calidad humana, la coherencia y la seriedad de los juicios. La adulación, a la par que es una condición de las más denigrantes, es asimismo muy dañina para quien sucumbe a ella. Todo buen líder necesita respetar otras opiniones, que permitan el contraste de pareceres, para así tomar la decisión más acertada. Ni mucho menos es un buen colaborador quien sólo busca no contrariar al jefe.
En estas modestas reflexiones no podemos soslayar bajo ningún pretexto que la lealtad derivada de esta condición no sobrevive más allá de que se conserve viva la llama del interés de los seguidores. Un adulador enfermizo acaba en lacayo-mercenario si las prebendas son sustanciosas, pero también en enemigo número uno cuando se desvanecen. Deliberadamente obviamos referirnos a los liderazgos basados en el acoso psicológico con trato vejatorio, la opresión y el despotismo, pues sería para un tratado de psicopatología.
Quienes de una manera u otra alcanzan el liderazgo en algún ámbito de la actividad humana no siempre se rodean de gente competente. Unas veces por compromisos ineludibles y otras, cómo no, optan por quienes no puedan hacerles sombra. Bien sea en la vida pública o en la privada, los líderes nacen por intereses particulares o por la influencia que ejercen los lobbies o grupos de presión, por intereses partidistas o colectivos de distinta naturaleza. Y en su entorno se comienza a fraguar en muchos casos una infundada pero interesada aura de liderazgo. Ese apoyo y esa influencia exógena hacen del líder una persona frágil, sometida a presiones que la debilitan, si no es capaz de romper «amarras» que lo independicen. Quede, pues, claro que los liderazgos en bastantes casos nacen en la trastienda de los intereses, sin negar que en otros lo consiguen por méritos propios. No obstante, en todas las relaciones debería reinar el respeto en todas las direcciones. El respeto se define así: «Tener lo que uno desea obtener». Por último, no confundir el halago espontáneo y sincero con la adulación, que como la envidia es una enfermedad genética.
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