Hasta siempre, Juan
Queríamos escribir una carta de homenaje a nuestro compañero perdido, pero nos damos cuenta de que nada de lo que dijésemos o escribiésemos sobre ti te haría justicia; así de encantadora persona eras, querido.
Tuvimos que asegurarnos varias veces antes de poder asimilar que por la mañana estabas con nosotras, trabajando, hablando con ancianos y compañeras y bromeando con ese humor chispeante que no perdías jamás; realizando aquellos pequeños y deliciosos detalles que siempre nos alegraban cuando estábamos por el office sirviendo las comidas, y por la tarde, repentinamente y sin previo aviso, ese corazón tan grande que tenías te traicionaba a ti, y nos clavaba un puñal en el pecho a quienes te conocíamos.
Imposible rememorar todos los detalles que tenías con todo el mundo, lo agradable de tu carácter, guasón hasta la médula, pero nunca ofensivo, incansable bailarín, de quien decían algunos que bailarías «hasta encima de una lata»; trabajador de total dedicación en todo: después de tantos años en el hogar, aún parecía que todo fuese nuevo para ti, así de entregado eras; cuanto te gustaba preparar y ayudar a organizar las fiestas para los ancianos, con cuanta delicadeza les preparabas esas comidas especiales, se te podía ver el pecho henchido de satisfacción al verlos disfrutar de tus comidas....
Pues bien, que sepas que vamos a estar mucho tiempos esperando en vano que se repita todo eso, porque tu delgada figura llenaba todo el espacio por donde pisabas, peazo bandido; porque en este domingo en que todas y todos: religiosas, compañeras y compañeros, y familias delHogar Beceña González intentábamos describir con estas letras cuánto y cómo te vamos a añorar, no hemos conseguido abarcar tu figura; en este domingo estábamos sirviendo las mesas mientras tú te dirigías a tu última morada en este mundo, y no parábamos de mirar por la ventana a ver si podíamos ver tu féretro salir de la iglesia y estar contigo un poquito más, sólo un poquito...
No sé si esa última comida la habías preparado tú, pero si sé que, aunque ningún anciano se quejó (ellos también compartían nuestras emociones, nuestro inusual silencio) esa comida tenía demasiada sal.
Sal de lágrimas.
De nuestras lágrimas queridísimo Juan.
No nos olvides, allá donde estés, amigo; por nuestra parte, no te olvidaremos.
Jamás.
Asunción del Cueto Gutiérrez, en nombre de las religiosas y personal del Hogar Beceña González, Benia de Onís
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