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Sobre el llamado "Régimen franquista"

16 de Marzo del 2014 - Julio García García (Oviedo)

Se llama «régimen franquista» o «franquismo» al que gobernó en España entre el año 1939 y el 20 de noviembre de 1975.

Las fuerzas llamadas indebidamente «políticamente correctas» emplean estas expresiones con el fin de centrar el régimen en una persona, Francisco Franco, calificarlo de «dictador», «fascista», denigrarlo y reducir el sistema a la obra exclusiva de una persona, negadora de la libertad y de la participación del pueblo en las funciones públicas.

Deliberadamente, no se cuenta lo que fue realmente el régimen haciendo caso omiso de la existencia de una constitución de carácter abierto, integrada por siete leyes fundamentales en las que se reconocen todas las cuestiones habituales en las constituciones. Es decir, los deberes y derechos de los españoles; la función legislativa y forma de participación en ella; la función ejecutiva o gubernamental; la función judicial; la organización del Estado; los principios fundamentales en que se inspira el régimen; etcétera.

La inmensa mayoría de españoles desconoce esta constitución y solamente tiene de aquel régimen la idea negativa, tergiversada, falsa, que de modo continuo le ofrecen las fuerzas de la izquierda con la complicidad del llamado centro-derecha, que dice «mirar al futuro».

Igualmente se ignora o se falsea la labor de desarrollo político, económico, social, cultural y moral que se llevó a efecto en esos años. Parece ser que muchos españoles se creen que las realizaciones sociales (asistencia sanitaria, sistema de pensiones, etcétera) fue obra del Gobierno de Felipe González.

Francisco Franco fue elegido jefe del Estado y jefe de las Fuerzas Armadas por la Junta Militar que dirigía el Alzamiento Nacional.

Se le concedieron poderes excepcionales por la confianza que en él se tenía, dados sus méritos y con el fin de ganar la guerra y ganar la paz.

Pero Franco no era un doctrinario político; no era el jefe de un partido; no era un jurista. Era una gloria militar.

En consecuencia, Franco no estaba preparado para alumbrar un sistema político, un Estado.

Franco no inventó nada. El régimen se construyó teniendo en cuenta la doctrina de Falange Española, de la Comunión Tradicionalista, el Ejército y la importante aportación moral y religiosa de la Iglesia católica.

Franco tenía claro cuáles eran los ideales básicos de las fuerzas que protagonizaron el alzamiento y velaba por su respeto y coordinaba los diferentes pareceres en cuestiones no esenciales.

Había que resolver los problemas que había creado la partitocracia, que dividió y enfrentó a los españoles e hizo imposible la estabilidad política, pues en cinco años hubo dieciséis gobiernos, algunos de un mes o dos; en las Cortes de febrero de 1936, tenían representación 33 partidos políticos.

Para resolver este problema se estableció un sistema representativo a través de las instituciones básicas, la familia, el municipio, los sindicatos y otras instituciones.

Otro problema era el del separatismo regional, que fue debidamente neutralizado, proclamándose la unidad indiscutible e irrevocable de España.

Otro grave problema era el de la lucha de clases, de carácter marxista, que enfrentaba a empresarios y trabajadores y destruía la economía nacional. Fue creada una organización sindical sobre la base de las ramas de la producción y servicios, en la que se integraron empresarios y trabajadores, en dos secciones, buscando el entendimiento, la colaboración y la participación de los diversos factores de la producción.

Y el gravísimo atraso económico y social se abordó con una política de desarrollo económico y social que sacó al pueblo del atraso y la miseria, y la atención social a los trabajadores alcanzó los máximos niveles.

Y todo esto se produjo en paz, en orden social, en convivencia ordenada, con pleno empleo, etcétera.

Entre la España que el régimen encontró y la que dejó en 1975 había un auténtico abismo. Por otra parte, los poderes excepcionales del jefe del Estado fueron reduciéndose: así, en la ley Orgánica del Estado, artículo 8-II, se dice: «Lo que el jefe del Estado disponga en el ejercicio de su autoridad deberá ser refrendado, según los casos, por el presidente del Gobierno o el ministro que corresponda... careciendo de valor cualquier disposición que no se ajuste a esta realidad».

Las leyes eran elaboradas por las Cortes y el jefe del Estado solamente tenía la facultad, que nunca ejerció, de devolver una ley para una nueva deliberación «mediante mensaje motivado y previo dictamen favorable del Consejo del Reino».

Hablar, pues, sin más, de «dictadura», de «franquismo», no es más que un reduccionismo malévolo con el que se oculta la realidad de un régimen que era un perfecto Estado de derecho.

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