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¿Qué tiempos tan felices?

18 de Marzo del 2014 - José Luis Peira García (Piloña)

Nos muestra e ilumina el señor don Julio García en esta misma sección lo bonito que fue el régimen que se vivió con el dictador golpista Francisco Franco.

Yo no tengo ideología, pero tengo biblioteca. Y animo a quien tenga dudas y la mente abierta a que revise cualquier hemeroteca de prensa española de los tiempos aquellos tan felices. Sí, digo aquellos, no se necesita acudir a la prensa libre de otros lugares para medir a aquella España. El contenido de las noticias que se publicaban es una muestra de la talla social e intelectual de aquellos maravillosos años.

Por otra parte no está de más recordar que ese buen hombre que quería el bien de todos sus hijos españoles como Dios manda no ganó la paz con su guerra. Obtuvo una victoria y exterminó sin compasión a todo oponente ideológico hasta que se le agotaron las balas, y otros muchos rojos malos y cobardes tuvieron que exiliarse para no correr la misma suerte. Esos exiliados fueron el grueso de la intelectualidad española, entre otras cosas, y a veces simples votantes de partidos de izquierda, que en los pueblos hay muchas envidias. Pero no importaba mucho porque nos quedamos con Roberto Alcázar y Pedrín, piedra angular de la cultura nacional.

Por cierto, para ganar aquella guerra precisó de la ayuda de la Alemania nazi y la Italia fascista de la época, y aparte de contraer cuantiosas deudas por ello que se pagaron religiosamente les devolvió el favor con un apoyo incondicional en la guerra mundial. Apoyo sustanciado entre otras lindezas con la creación de una división que colaboró en el cerco de Leningrado, contribuyendo así al padecimiento de decenas de miles de civiles inocentes, eso sí; rusos.

Se puede seguir, hasta el infinito y más allá, pero no merece la pena. Algo debieron de hacer mal ese buen hombre y sus obispos que aplaudían o miraban para otro lado cuando España sufrió un bloqueo económico y en todos los organismos internacionales semejante al que puedan sufrir hoy Cuba o Corea del Norte. Algo no les debió de salir como querían en su buena voluntad cuando, en fecha tan tardía como los años setenta, los turistas alemanes o franceses nos parecían extraterrestres, por la distancia que nos llevaban en usos y costumbres y en aspectos económicos o materiales. Literalmente, África empezaba en los Pirineos.

Ni leyes orgánicas ni zarandajas. Ni sindicatos verticales, ni consejos de familia. Aquí se consentía un único pensamiento que entre otras cosas laminaba los derechos más elementales. España fue una repugnante dictadura y así lo recogen los libros de historia de todo el mundo.

En el entierro del dictador sólo hubo un presidente, Pinochet, otro gran tipo. Tal paisaje representativo cambió radicalmente apenas unos días después, en la coronación del Rey Juan Carlos, en un gesto inequívoco del sentir internacional y el respaldo a las expectativas de cambio que se podían prever. Ninguna sociedad es justa por completo ni perfecta, ni lo será, ni lo ha sido, pero hay unos márgenes mínimos convenidos en los que, desde luego, ese régimen o modo de existir no queda incluido.

No todo el mundo puede estar equivocado, caballero, no son miles de coches los que van en sentido contrario en la autopista, quizá, cabría pensar, que es uno el que lleva la mano cambiada. Aunque sea la derecha, y con unos irreprimibles deseos de alzarla. Para cubrirse del sol. Digo.

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