Información en cuarentena
Mientras escribo estas líneas no estoy seguro de si verán la luz o se irán directamente a la papelera, porque es una crítica a los medios de comunicación.
Si no me equivoco, y si lo hago tampoco sería un grave error, las tres misiones de cualquier medio de comunicación son: informar, formar y entretener.
Con las dos últimas no suele haber problema. El entretenimiento no se cuestiona. Puede gustar más o menos. Unas veces funciona y otras no tanto. Pero eso, a parte del medio, depende en gran medida del que lo consume. La formación tampoco plantea rompederos de cabeza porque la exposición de una materia determinada es la que es y nadie se puede inventar conceptos que no existen.
La cuestión fundamental es qué pasa con la información. Este es otro cantar. La información tiene que ajustarse fielmente a los hechos que se detallen. Puedo admitir que se le dé cierto matiz dependiendo de quién sea la persona encargada de transmitirla, eso va innato con la condición humana. Pero lo que no tolero es que me mientan cuando leo, veo u oigo algo en un medio de comunicación. Como he dicho antes, un pequeño matiz vale, pero una capa de densa pintura no. Por ahí no paso.
Lo más triste de todo es que la brocha gorda está a la orden del día en el mundo de la comunicación, lo que hace que cada vez me crea menos lo que me cuentan y cada vez sean menos las ocasiones en que me compro un periódico, enciendo la radio o me pongo delante de la televisión. Y alguien se preguntará que por qué estoy tan seguro de esto. Pues bien, es fácil: cuando leo algo de lo que entiendo un poquito, algo que me haya pasado rozando o algo de lo que he sido totalmente partícipe, me doy cuenta de las bolas (si se me permite la expresión) que nos intentan meter. La única duda que me queda es saber si ocurre a sabiendas o sin querer. En el primer supuesto sería un completo engaño. En el segundo, una total falta de profesionalidad, al no contrastar lo realmente sucedido. Cualquiera de las dos situaciones son intolerables para todo medio que defienda su prestigio y quiera cumplir con su cometido: contar simple y llanamente lo que pasa en el día a día. Sencillo, ¿verdad?. Pues, hale, al tajo.
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