¿Somos conscientes de lo que ven nuestros hijos en TV?
A partir de un estudio sobre 87 programas de televisión, publicado recientemente por el Defensor del Menor de la Comunidad Autónoma de Madrid, que encabeza con la siguiente frase, del todo preocupante, como es que "Las series de televisión desautorizan la figura paterna, trivializan asuntos como el consumo de drogas y las relaciones sexuales, incluidas éstas con adultos", considero de sumo interés, su lectura completa, publicada en la web de la institución, para los padres y educadores en general.
Debieran de unirse a considerarlo todos aquellos que tengan responsabilidad educativa, moral y formativa del menor, dada su importancia. Este informe, entre otras cosas, advierte de riesgos que pueden ser en muchos casos evitados, solamente con un control más realista de lo que ven y oyen nuestros menores, ya que las conclusiones a las que llega no pueden ser más preocupantes para la autoridad de los padres, presentados la mayoría de las veces como inmaduros, egoístas o ignorantes.
El consumo de drogas y alcohol se presenta en estas series televisivas como una forma lógica y normal en las relaciones personales a esa edad. Series como "Física y Química" o "HKM" son un ejemplo palpable.
No se quedan cortas sobre la banalización de estos temas otras como "Los Simpson", "Padre de familia" o la ya citada "HKM". Y es que la utilización de series bajo el formato de dibujos animados, que se presentan para menores, son utilizadas para difundir contenidos que son propios para un público adulto que al menos pueda discernir, con un mínimo de rigor, y no para menores fácilmente receptivos por su edad e inmadurez biológica a estos mensajes que, para colmo, se emiten en la franja horaria que debiera tener una especial protección de la infancia.
No es menos cierto, y por tanto no podemos abstraernos a ello, sin caer en un grave error, que la forma de vida actual no favorece en absoluto un control efectivo y eficiente para que los padres, al menos, puedan ejercen un control sobre lo que, reitero, ven y oyen sus hijos.
Por ello, el convencer debe primar sobre el prohibir, al menos en el ámbito familiar y, sobre todo, cuando el menor tiene facultad para comprender. En otro caso, debiera evitarse, en la medida de lo posible, el acceso a este tipo de deformación, al menos en el ámbito familiar. Hoy parece normal que los menores tengan una televisión en su propio cuarto, donde es más difícil el control sobre, no ya lo que hacen en relación a internet, móviles, etcétera, sino sobre lo que ven, sin que se pueda vulnerar su intimidad.
Por tanto, parece aconsejable que la televisión se vea, dentro del ámbito familiar, de tal forma que ante mensajes de ese tipo se planteen de una forma normal puntos de vista diferentes ante conceptos erróneos y contraproducentes, como es el caso.
Hay estudios que revelan que niños y adolescentes ven una media de 18.000 horas anuales de televisión (aparte internet, móviles de nueva generación) y, sin embargo, reciben unas 14.000 horas lectivas de colegio. ¿Es, acaso, increíble el prematuro abandono escolar? Pienso que no. Tal vez no sea la causa única, pero sí una más, en una sociedad ya de por si hostil a la familia.
Pero nadie puede caer en la desesperanza por mal que pinten las cosas. Es cierto que nadie puede al cien por ciento evitar que tengan acceso a este tipo de series televisivas por parte de las grandes y medianas cadenas, que sólo se mueven por el nivel de audiencia. Hoy, con la llegada de la TDT, la mayoría de los receptores vienen con el llamado control paterno, que al menos nos permite evitar por medio de una clave el acceso a algunos programas. El resto lo tenemos que hacer: por un lado, los poderes públicos y, por otro, las familias. Unos, denunciando, si no ya el contenido, sí el cumplimiento del horario protegido, que ya su vulneración es flagrante, y las sanciones, cuando existen, ridículas. Y los otros, no claudicando del derecho inalienable que tenemos los padres a educar libremente a nuestros hijos. A exigir respeto de nuestras convicciones morales, religiosas y formativas, y no dejando que esa parcela la ocupe el Estado. ¿Quién conoce mejor que una madre y un padre a sus hijos? Que no se nos olvide, así tampoco se nos olvidarán nuestras responsabilidades y nuestros derechos.
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