Enrique Ponce, prefiero la justicia al karma
No me alegro de las cogidas aunque tampoco las lamento. Digamos que no me gusta la violencia pero sólo hay un sufrimiento que de verdad se me clava: el del violado, nunca el del violento. Y ahora escribo esto con un nudo en el estómago por el toro y con una arcada en la garganta por el torero.
Enrique Ponce, tú entraste voluntariamente y por tu pie en la plaza de Valencia para matar, al toro lo entraron obligado y enjaulado en ella para morir. Y así fue, tal y como estaba programado, aunque quiso la tarde que esta vez también tu sangre manchase la arena, pero las gotas que fue dejando la tuya conducían a la enfermería mientras que el rastro de la suya lo hacía al desolladero.
Cuenta hoy un diario que la sensación y el dramatismo del héroe caído arrancaron literalmente las dos orejas del palco, que tu subalterno las cogió y las llevó hasta el quirófano, como debe ser.
¿Héroe caído?, ¿quién?, ¿tú, matador?, ¿tú que martirizaste hasta lo indecible a ese animal?, ¿tú porque él, con la espada que le ensartaste metida en su cuerpo hasta la empuñadura acertó a empitonarte una vez?
¿Dónde está la heroicidad de tu acto? ¿En su miedo, en su dolor, en su agonía, en su muerte? No, no hay proeza ni nobleza en tu canallada, no hay atisbo de coraje y sí derroche de cobardía. Tampoco es tuyo el dramatismo sino suyo, porque nada más injusto y sobrecogedor que ser torturado hasta la muerte por una sola razón: porque el único que mata con premeditación, cuadrilla, ensañamiento y no poca alevosía a una criatura inocente se llevará por hacerlo aproximadamente un cuarto de millón de euros. El resto: tradición, arte, cultura, HemingwaySabinaPicassoDepardieu sólo es blanquear el sepulcro.
No sé si disfrutaste cuando tu ayudante entró en la sala de operaciones con las dos orejas amputadas al toro pero no me extrañaría Ponce, no me extrañaría nada, y es que he oído que hay quienes tienen orgasmos ante la visión de los cadáveres de sus víctimas.
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