Perder timón

25 de Marzo del 2014 - Francisco Serrano Pérez (Salinas)

Entre los vicios confesables que yo tengo, está la visita semanal al bar Marisla, situado en las proximidades del Arañón.

Está en un sitio privilegiado, en el que se puede disfrutar de bonitas vistas, con el mar casi siempre de protagonista; de los barcos que entran y salen por la ría; del Sol del atardecer, cuando lo hay; y de unas alitas de pollo que sirven ahí de pincho los sábados, que son muy apreciadas por la clientela. A veces, se discute con un falso acaloramiento sobre quién de las dos mujeres que regentan el establecimiento (madre e hija) consigue mejores resultados con las alitas.

Los de mi pandilla, que a veces también acuden en bandada, llaman a las alitas muslitos. Debe de ser por la pretensión de darle a todo un barniz manifiestamente erótico festivo, pienso yo. No se sabe de dónde partió el cambio de nombre, pero yo aseguraría que detrás de ese fenómeno está la inquieta cabeza de Lai.

La concreción de una «quedada» suele tener el siguiente formato: ¿qué? ¿nos vemos mañana en los «muslitos», a las 12?

En las paredes del bar, hay colgado un buen número de fotos, todas ellas relacionadas con la ría, el mar y los barcos. Me honro de una manera especial al referir que un par de ellas están hechas por el que esto escribe.

El ambiente, en el bar, suele ser muy agradable y distendido; y, a veces, por el estado de la mar, por el barco que entra o sale, o por la pesca, se establece una conversación entre todos los presentes en aquel momento.

En una de ellas, y mientras veíamos un barco entrar con una marcha que a todos nos pareció excesiva, alguien, con la seguridad que da el conocimiento, nos aclaró: Por el estado de la mar, necesita ir a esa velocidad para no «perder timón».

A mí, que he nacido en puerto de mar, me ha gustado la expresión. Confieso que no la conocía, y desde que la he oído, me ha hecho pensar, y no poco, eso de «perder el timón». Por los años que tengo, que van siendo muchos, he conocido y vivido el enorme cambio que se ha producido en esta sociedad que contiene este país. Ahora, le dicen «pérdida de valores», pero yo creo que es «pérdida de timón». Lo primero no incluye riesgo físico necesariamente; lo segundo sí. El barco corre el riesgo de chocar con algo, ya que «perder timón» supone no gobernar su rumbo.

Cuando yo era un niño, se decía que un pacto sellado entre dos hombres con un apretón de manos era algo inamovible y tenía un carácter poco menos que sagrado. Hoy, ni un documento firmado por todos los notarios del reino, a la vez, tiene ese valor, y se buscarán todo tipo de subterfugios para invalidarlo cuando convenga. ¡Pero si las máximas autoridades políticas del Estado mienten con la soltura que proviene de un vicio ya consolidado!

¿Se imaginan la cara con la que nos mirarían, si hablásemos de cosas como probidad, honor, honradez, honestidad y otras virtudes que se han estado viviendo cientos de años?

¿Por qué triunfan los programas de la TV en los que se exhiben vidas cuyo único fin es el disfrute, entendido en el nivel más pedestre o animal?

¿Por qué en la lista de las doscientas universidades de más alta cualificación no hay ninguna española?

¿Por qué nuestra enseñanza básica está a la cola de las europeas?

¿Por qué vamos a la cabeza del consumo de drogas duras?

¿Por qué, tras vivir menos de cuarenta años en democracia, ese que es el sistema político menos malo, estamos a punto de romper el país en mil pedazos?

¡Cómo cuadran aquí aquellas proféticas palabras de Alfonso Guerra: «A España no la va a conocer ni la madre que la parió».

Se ha publicado un libro, escrito por dos profesores de una Universidad de tanto prestigio como es el Instituto Tecnológico de Massachusetts. Se llama «La segunda edad de las máquinas». Sus autores, Erik Brynojolfson y Andrew McAfee, tratan de explicar la inminente revolución que estamos comenzando a vivir. Según ellos, lo que está por llegar promete arrasar como un verdadero tsunami gran parte de los empleos, cambiando de paso la economía de nuestros países.

Las máquinas de la segunda edad reemplazarán y multiplicarán nuestra inteligencia. Dicen que, de momento, los oficios que no corren peligro son: cocineros, jardineros y porteros.

La revista «The Economist» ha dedicado al libro una de sus portadas.

En USA, ya hay tres estados que permiten que un coche circule sin ser conducido por un ser humano y Google tiene uno de esos vehículos haciendo millas, muchas millas, por California, que es uno de los tres.

Y nosotros, con estos pelos, sin recuperar timón, y en rumbo de colisión, según indican los instrumentos de a bordo.

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