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De la frugalidad, al sindicalismo consumista

25 de Marzo del 2014 - Carlos Muñiz Cueto (Gijón)

De la virtud, al vicio: la frugalidad era una virtud necesaria para la solidaridad entre los primeros sindicalistas, pero cuando el motor eléctrico hizo su aparición surgieron nuevos métodos de producción y el mundo se aupó al consumismo. Comenzaron a prosperar: electricistas, mecánicos, y otras múltiples ocupaciones de industrias que construían: barcos y trenes y, con la aparición del motor de explosión, automóviles y aviones que consumen petróleo. Con la iniciática luz eléctrica, el producto que más se procuró llegara a todas las casas fue: el electrónico receptor de radio. El desarrollo económico y productivo pasaba por la publicidad y el control de la opinión creando masas consumistas. Tras la segunda guerra mundial, el desarrollo económico se basó en que la masa trabajadora accedía al pastel: el gran motor eléctrico de las fábricas se clonó en pequeños que invadieron los hogares con su actividad productiva: lavadoras, neveras... Dando empleo en las factorías y permitiendo liberar de su trabajo cautivo en el hogar a la mujer, hecho que, se suponía, facilitaba el objetivo del «capital» para su incorporación al mercado laboral. La televisión transformó el consumo: pasó de ser sobre algo útil a ser sobre algo de diseño. Se había dejado la frugalidad y se abandonaba la solidaridad fardando de: moto, coche, casa, y vacaciones en Cuba como cualquier explotador del 1º mundo con el discurso cambiado y ropa interior de diseño. La ratio salarial de la familia pasó de un salario para muchos, a dos salarios para dos, sin enterarnos. El paro juvenil entró en casa (siempre doble y creciendo) ante jubilosos prejubilados que, amortizando sus puestos de trabajo en la empresa pública, daban sonrientes palmadas de chigre al cabizbajo desempleado de la privada: «¡coime Pin! Veote muy gachu». Los de las grandes empresas con alta afiliación, tenían mejores salarios y garantías que los de las pymes que, sin apenas afiliación, eran el 80% de la masa laboral, mientras, el restante 20% de las grandes empresas, tenía el 80% de afiliación. Asunto feo de desigualdad que no promovió campañas de igualdad. Cuando uno mira una revista sindical en busca de información, sólo ve eslóganes de favores a afiliados consumistas por parte de empresas: sin negocio no se garantiza el empleo a los que haciendo horas extra, incluso en negro para no bajar de poder adquisitivo, establecen un metálico «fade to black» sobre la solidaridad. Nadie quiso escuchar a Adam Schaff cuando decía que: «el obrero ha muerto», ni a George Soros cuando decía: «el sistema capitalista es inmoral», y ya lo decían hace 30 años, pero fueron anatematizados. Con la revolución de los robots llegan: los ordenadores, internet, los móviles y la revolución digital: se genera riqueza al «capital» mientras se queda sin puestos de trabajo el «trabajo». Ahora: 2 de cada 4 jóvenes está en paro y con móvil, y 1 de cada 4 trabajadores desempleado y con angustia; familias sin un euro, con la solidaridad sindical subvencionada y sin efectivo por suntuosos gastos internos, van a pedir ayuda a Cáritas. ¿Verá la ciudadanía y sus responsables que «Pin está gachu», que el obrero ha muerto y el empleado está en coma? Si tras dos años de repunte cercano al 3% en la economía en EEUU no se ha generado empleo, ¿por qué será? Esta no es una crisis de ciclo, sino que, por primera vez en la Historia, el desarrollo exponencial de la tecnología: hace prescindibles a las personas si no se hace una fuerte reestructuración económica y social y afecta a los recursos del planeta poniendo en peligro la evolución de la Humanidad. Sin la introducción de la variable tecnológica y su efecto sociológico, la economía clásica es tan valida como mi intuición de rudimentaria economía casera. Será doloroso pero, la frugalidad monacal con su sociología comunal, puede salvarnos: reducir la jornada laboral y los salarios a cambio de pleno empleo con incremento de competitividad; establecer una renta básica universal a cargo del Estado con la correspondiente reducción en la parte salarial de la patronal que se abonará como impuestos; instaurar medidas para el incremento de la robotización, las TICs y las fábricas sin luz; facilitar la actividad productiva vocacional y voluntaria, así como la migración inversa de la ciudad al campo. ¿A que parece de cuento? Pues no les digo el cuento de terror que puede llegar a ser la realidad si no asumimos la variable tecnológica y su incidencia sociológica cambiando el sistema. Las barricadas con heridos, héroes y villanos, no ayudan; las concertinas pueden acabar en los Pirineos aunque algunos las quisieran en el Ebro.

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