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Un consejo a los obispos españoles

24 de Marzo del 2014 - Francisco Javier Prieto Gancedo (Corvera de Asturias)

La primavera la sangre altera, según reza el famoso dicho popular. En esta época del año a los seres vivos se nos despierta una especie de ansia por venirnos arriba dependiendo del ámbito en el que nos movamos, excepción hecha de la casta político-financiera cuya sangre fría para trincar al contribuyente sólo es comparable, en calidad, con el cemento armado que exhiben en sus rostros.

De toda la extensa variedad de tribus que pueblan nuestra selva ibérica, vamos a dedicar unos gramos de tinta a una de ellas en línea con esa subida hormonal a la que antes hacíamos alusión y que en este curioso grupo se presenta en forma de comunicados y declaraciones.

Erasmo les dedicó unas páginas en su «Elogio de la locura», aunque fue la propia locura la que fielmente los retrató, siempre al lado de los tiranos más crueles, de los señores feudales, de los poderosos, de los banqueros, de los políticos y, en general, de aquellos de los que podían sacar algún partido.

«Si pensasen en todo esto, algunos de ellos se sentirían amargados y no tardarían en ser pastores de sí mismos, dejando a Jesucristo el cuidado de sus ovejas...».

Han acertado, me refiero a los obispos; y es que últimamente en sus apariciones públicas muestran una dureza de cara sólo comparable a las de la anterior secta mencionada, ya saben, los de «Gürtel», ERE, «Nóos», etcétera..., aunque he de reconocer que estos términos, que parecen nombres de dioses germánicos, me hacen añorar a los clásicos que, como el de Rotterdam, ya conocían a semejantes pájaros.

Seré breve. Comenzaremos por Martínez Camino, obispo auxiliar de Madrid, creo, que no contento con comparar, hace tiempo, la lucha por salvar el lince ibérico con las pocas ganas de salvar a los no nacidos del aborto, ahora dice que una mujer violada y fecundada debe seguir adelante con el embarazo para así dar a luz a un niño fruto de un acto de violencia y humillación. Habló un experto en su sufrimiento. En fin. La exaltación de la violencia no es nueva dentro de la «curia» española.

«Benditos sean los cañones si en las brechas que abran florece el Evangelio», decía Díaz y Gomara, obispo de Cartagena, durante la Guerra Civil en España, pero volvamos al presente.

Munilla, obispo de San Sebastián, criticaba las pocas ganas de luchar contra el aborto y las comparaba con el entusiasmo puesto en prohibir las corridas de toros, cuando el señor Munilla sabe que ambas cosas están expresamente prohibidas por el Vaticano, por lo tanto, no son comparables;por cierto, y para que lo sepan, por si no lo saben, la bula papal que condena la fiesta taurina, aparte de irrevocable, es clara con el castigo aplicable «a quien a estos espectáculos asista o en ellos participe», que no es otro más que la excomunión.

Otro castigo más, pero éste en forma humana, es el obispo de Alcalá, Juan Antonio Reig Pla, quien días atrás comparó el número de abortos con las víctimas de la Guerra Civil, antes mencionada, y con el Holocausto.

Una contienda «necesaria», como era calificada la guerra fratricida española por el ínclito Pla y Deniel, obispo de Salamanca por aquel entonces; pero no nos vayamos por las ramas, y centrémonos en el Holocausto.

El doctor Mengele, médico en el campo de exterminio de Auschwitz, no perdía el tiempo practicando abortos (eso lo hacían los estudiantes), su trabajo era mucho más sofisticado en cuanto a experimentos con humanos se trataba; no voy a entrar en detalles dada la extensa documentación que hay sobre este tema, pero sí voy a decir que a este criminal de guerra, al igual que a otros muchos monstruos nazis, le ayudaron mediante pasaportes y visados diplomáticos a escapar a Sudamérica, y esa ayuda vino del Vaticano, de miembros de la curia como el obispo Alois Hudal, nazi convencido y creador junto a la Obra de San Rafael de la Ruta de las Ratas, aunque aquí, y volviendo a insistir, no me voy a extender más y delego otra vez en la bibliografía que sobre estos temas llenan las bibliotecas.

Finalizo, pues, autoconcediéndome la licencia para darles un consejo: señores obispos, sería más oportuno y menos patético que se dedicaran a salvar las vidas de los niños ya nacidos en vez de los que todavía no nacieron, y una buena forma de empezar es colaborando con la justicia aquí en España y en todo el mundo para llevar ante los tribunales a los miles de religiosos y clérigos pederastas que no han matado a ningún niño, pero que han hecho algo peor, les han robado sus almas con sus propias manos mientras sus jefes los encubrían para no provocar un escándalo; exactamente igual que hacían los miembros de las SS en los campos nazis, aniquilar almas dejando sus envoltorios deambulando como zombis entre los barracones, y es que es muy fácil hablar, sobre todo, sentado en un sillón de cuero tras una mesa de noble madera...

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