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Nada fue como soñábamos que había de ser

14 de Julio del 2009 - Fernando Suárez Fernández (Oviedo)

"El acto de un instante puede determinar la pesadumbre de toda la vida". Es terrible, pero cierto. Cualquier circunstancia fortuita e intrascendente puede determinar la historia de un hombre. Es mucho más lo que queda fuera del control humano que aquello que sometemos a orden y medida. Por eso lamentamos con amargura: nada fue como soñábamos que había de ser...

Sin embargo, al hombre se le ha dado cierta capacidad para prever, planificar y ordenar su existencia. Los dirigentes políticos dicen que piensan y planifican para los pueblos; quienes ejercen el magisterio de la educación y la sabiduría aspiran a modelar el alma de las "masas"; cada individuo intenta dirigir, a veces, a trompicones, su propia singladura vital. Un hombre sólo es una pequeña hoja seca zarandeada sobre el ancho y turbulento río del tiempo. Todos quieren salvarle: los políticos le marcan el camino de la libertad y la riqueza; los maestros transforman su alma; los religiosos le enseñan la ruta hacia la felicidad eterna. Pero detrás de todos ellos están sus intereses, sus creencias y su propia visión del mundo. La palabra educar procede de un verbo latino que significa sacar de cada persona lo bueno que lleva dentro, dándole plenitud. Es decir, todo lo contrario al dominio, la imposición y la domesticación.

Al llamado "hombre de la calle" -esa inmensa mayoría en todos los pueblos- sólo se le permite dejarse llevar cual pequeña hoja seca por el río implacable que dictan los poderes. Transformada su alma, corre compulsivamente tras la zanahoria que le ofrecen, siente como quieren que sienta, gusta de aquello que le preparan. Igual que la hoja sobre el río, va hacia donde le llevan.

¿Qué queda de su proyecto personal, de su entendimiento de la vida, de sus valores, de aquello en lo que puso la felicidad? Poco. Además de no dejarle ser él con su propio yo, está sometido a la chinita que le hace zozobrar sobre el camino, a la estúpida circunstancia que le hace descarrilar en su vida. ¡Oh, la argucia de la libertad engañosa, los salvadores designios de unos pocos para casi todos!

Nada fue como soñábamos que había de ser, pero todos fuimos improvisando al hilo de mil circunstancias e imprevistos frecuentemente triviales. Cada día esquivamos al toro que acomete y soñamos con el dorado de una realidad personal siempre maltrecha y cabizbaja. Entre tanto, hacemos de la necesidad virtud y del sueño la realidad soñada. Así es el hombre: defectible, "más sal que sustancia". Y, con todo, vivir es el bien mayor, la alegría que arruina toda pena.

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