La envidia

30 de Marzo del 2014 - José Antonio Coppen Fernández

Las personas equilibradas no deberían sufrir del mal de la envidia, porque nadie es digno de suscitarla. Pero resulta que el furor de no poder soportar el bien ajeno arrastra hacia ese estado patológico. Incluso se transforma en venganza cuando la propia incapacidad no permite sobresalir. Es uno de los pecados capitales, que junto con la ira son de los más destructivos. Aparte del daño que hace a los demás, lo es igualmente para quienes lo padecen. En la sociedad en que vivimos nadie está libre de esta lacra, ni por parte de amistades, ni de compañeros laborales, ni de vecinos, ni de miembros de la propia familia. Por poco leales, el aguijonazo de la envidia puede proceder de las personas más insospechadas. Un proverbio castellano nos advierte: Más nos debemos guardar de la envidia de un amigo que de la emboscada de un enemigo.

Generalmente entendemos que la envidia es un mal congénito, por lo que no es fácil conseguir erradicarla. A diferencia de los celos –que jamás duermen, y que afloran cuando queremos conservar algo–, la envidia aflora cuando deseamos o aspiramos a alcanzar un objetivo. Entre ambos sentimientos, seguramente comienza la incubación del odio.

Aquí, en la envidia y celos, es donde frecuentemente se destruyen los vínculos de lealtad, que es el sentimiento de una obligación no definida. Mariano Aguiló no dejó esta perla de la sabiduría: Quina va con el corazón en la mano, a menudo anda perdido; el hombre leal parece que ha nacido para ser juguete del truhán.

Subtítulo: El furor de no soportar el bien ajeno

Destacado: En la envidia y celos es donde frecuentemente se destruyen los vínculos de lealtad, que es el sentimiento de una obligación no definida

Bien debe protegerse con una coraza quienes prosperen por méritos o azares de la vida, en lo profesional, social, económico, cultural o políticamente. No tardando mucho comenzarán a horadar la tierra bajo sus pies para hundirlo con la calumnia, difamación e injuria, porque cuando se apodera la envidia de un hombre abre en su alma el camino a todos los sentimientos despreciables y torpes.

Hace días, en sus reflexiones, el conocido doctor ovetense Jaime Álvarez-Buylla, bajo el epígrafe de la difamación, nos advertía de los efectos patológicos, sociales y personales que tiene la práctica de la injuria y la calumnia contra los semejantes. Por eso, es muy conveniente en las relaciones sociales utilizar con agudeza la capacidad de observación para separar el trigo de la paja. En este sentido, es oportuno advertir que tampoco los ambientes barnizados por los buenos modos y maneras, o sea, más refinados y también más hipócritas, está libres de envidiosos. En ocasiones se detectan por sus preguntas cargadas de intencionalidad inquisitiva, es decir, tienen maña para sonsacar sutilmente. Luego, también ejercen de embaucadores/engañabobos para llevar el agua a sus molinos. No hará falta decir que los embaucadores hacen el agosto en las mentes débiles y, claro está, donde habita la ignorancia.

No les damos un consejo a nuestros lectores, porque un consejo y un vaso de agua sólo se le ofrece a quienes lo solicitan. Pero les sugerimos para cuando sean víctimas de la calumnia, difamación e injurias, seguir la sabiduría del pueblo árabe: Castiga a los que te envidian haciéndoles el bien.

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