Ruptura

28 de Marzo del 2014 - Juan Luis Nepomuceno González (Mieres)

Siempre me he declarado de izquierdas y creo que mi ideología es más que evidente para quien sigue mi actividad en la red.

Nunca tuve filiación política, sin embargo, porque me cuesta mucho ver representadas mis inquietudes si para ello debo comulgar con ciertas ruedas de molino.

Así pues, he ido ejerciendo mi derecho al voto dentro de las opciones de izquierda, dependiendo de la capacidad de convicción que cada partido o líder del mismo tuviera sobre mi peculiar idiosincrasia.

Desde hace quizá demasiado tiempo que las continuas decepciones me han alejado de los colegios electorales al no encontrar, más que soluciones factibles, la mínima coherencia y elaboración en los programas que, dados los tiempos que corren, se quedan en el eslogan y el panfleto.

Sé que no tengo la exclusividad en esta sensación de que todas las opciones políticas toman por imbéciles a sus votantes. Lo triste es que quizá tengan razón.

En el contexto socioeconómico actual, está claro que la derecha se mueve como pez en el agua.

La izquierda, mientras tanto, anda desorientada, aparte de atomizada, y sus recursos pasan de la impotencia ante el capitalismo que muestra la socialdemocracia a las fórmulas caducas de los setenta, eso sí, sumando a la presencia en las calles la alta capacidad propagandística de las redes sociales. Hemos cambiado las octavillas por los «tweets».

En los medios de comunicación, más de lo mismo. El frentismo, la burda manipulación y el panfleto, de las demenciales portadas de «La Razón» a los titulares de «Público».

Pero metámonos en el meollo de esta entrada.

Uno, como ustedes saben, trabaja en lo que trabaja. Para mí, como para la gran mayoría de mis compañeros, este trabajo no deja de ser más que un servicio público esencial, y con esa vocación salimos a la calle. Independientemente de la ideología del que gobierne, que si ahí está, no lo olvidemos, es porque lo ha votado la mayoría.

Los distintos gobiernos, de uno y otro signo, han pretendido utilizar, con mayor o menor fortuna, a las fuerzas y cuerpos de seguridad para algo más que para dar servicio a sus ciudadanos. Ocurre en todos los ámbitos de lo público. Pero para evitar eso están los mecanismos de control a los que tanto las fuerzas de oposición como el resto de ciudadanos, así como los propios sindicatos policiales, deben acudir.

En esta profesión la actividad es muy diversa. Tan diversa como son las amenazas que afectan a la seguridad de los ciudadanos.

Una de esas actividades, quizá la mas controvertida, es la que se ocupa del orden público.

En una democracia términos como orden público o seguridad ciudadana debieran ser objetivos, sin lugar a muchas interpretaciones, y, para los profesionales, así son. Para los políticos parece que no.

Así, unos lo interpretan en un sentido restrictivo y otros, más abierto a la conveniencia.

Y en el debate político actual el orden público adelanta, por ambos lados, a los problemas socioeconómicos, que son los que afectan a los ciudadanos.

Y en este juego la izquierda está siendo enormemente torpe cuando no mezquina.

La movilización es necesaria; la violencia, no. Pero en esa movilización la izquierda, política y mediática, está perdiendo los papeles.

Debería reflexionar, y no quiero extenderme más, sobre que si a la gente la indigna y la alarma una carga policial, la mayoría de las cuales se relata sin describir las causas, mucho más la puede alarmar ver linchados a sus policías. Por mucho que se pretenda justificar esa violencia y se respalde a los detenidos en los juzgados, lo que le queda a la mayoría de los ciudadanos como mensaje es que si los encargados de protegerlos son tan vulnerables qué les puede ocurrir a ellos.

La anarquía está bien como teoría, pero el común de los mortales quiere seguridad.

Las teorías de que quien revienta las manifestaciones son polis infiltrados dejan de funcionar.

Por todo eso, y antes advertiré que no me volví de derechas, por la condescendencia con los salvajes de los que se reivindican pacíficos, por la demagogia de considerar represión lo que en Cuba o Venezuela se considera defensa de la revolución, por llamarme fascista un día sí y otro también, por no haber tenido el mínimo gesto de apoyo con aquellos que también os defienden, por vuestra tibieza con quien mató y con quien los sostiene, por tener nostalgia continua del 36 y de lo que pudo ser y no fue, por todo eso y más rompo con vosotros, «verdadera izquierda», líderes de barro basados en la falacia como método.

Y que conste que no empecé yo.

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