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El cáncer no espera, la muerte tampoco

30 de Marzo del 2014 - Leticia Rodríguez Fernández (Madrid)

Mi padre tiene cáncer de próstata. Lo sé, hay muchas personas en el mundo que lo sufren pero pueden imaginarse que cuando es tu padre el dolor se lleva profundo. Hace varios meses una analítica del médico de cabecera reveló que algo no iba bien. Era la primera señal. El médico, de la Seguridad Social, decidió repetir la analítica y al comprobar, que de nuevo, se repetía la alteración lo dirigió al urólogo para realizar una biopsia. Supuestamente en las siguientes semanas nos llamarían para confirmarnos la cita para la prueba, pero la llamada nunca llegó. Tras tres semanas de espera, mi madre decidió acudir por su cuenta al Hospital de Cabueñes, Gijón, para intentar averiguar cuál era el motivo por el que no nos habían dado cita. La respuesta fue impactante: las pruebas para una biopsia tenían una lista de espera de seis meses. Seis meses en un cáncer de un hombre de 56 años es una delgada línea entre la esperanza de vida y la muerte.

Sin más tiempo que esperar, y con los ahorros que mis padres han ido acumulando durante su vida, la solución se convirtió en un urólogo privado que tras la primera consulta decidió hacer la biopsia, que determinó que, efectivamente, mi padre tenía un cáncer de próstata en etapa 3 (sobre 4). A mediados de abril, y con carácter urgente, mi padre será operado e ingresado durante una semana en un centro privado cuyos costes íntegros (operación y gastos hospitalarios) serán abonados por mi familia. Afortunadamente, nosotros somos parte de esa extinguida clase media que ha mantenido sus ahorros y que cuenta con familiares que podrán responder si nuestra cuenta bancaria se echa a temblar.

Duele pensar que mi padre, tras más de 30 años trabajando y pagando la Seguridad Social, no ha tenido derecho a una asistencia sanitaria eficiente y rápida para afrontar el segundo cáncer más frecuente en hombres. Duele pensar que si no hubieran sido rápidos en la gestión, mi padre no tendría la oportunidad de operarse, ya que el cáncer se habría extendido y no se podría limpiar la zona. Duele pensar que en un momento de crisis como el que vivimos habrá muchas familias que sin ahorros, invertidos en sobrevivir, deberán enfrentarse a una lista de espera de seis meses, más la espera de una operación que a lo mejor no llega a tiempo. Duele pensar que invertimos nuestros impuestos en un sistema para el que sólo somos un número, un sistema en el que la vida y la muerte se sitúan en un concepto tan frío como lista de espera. El cáncer no espera. La muerte tampoco.

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