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Colaboración y formación permanente

9 de Abril del 2014 - Carlos Muñiz Cueto (Gijón)

Ha muerto don Adolfo Suárez. Él fue artífice de una transición política en España cuando el mundo recibía los dos primeros avisos: Japón se hacía con el control de la producción mundial del acero de forma y método sorprendentes; y el mundo del petróleo se puso sobre aviso de que, dados «los límites del crecimiento» (Dennis L. Meadows), su precio debía ser otro. En todo ello, pero sobre todo en la Transición de Adolfo Suárez, había dos componentes que hicieron posible las cosas: la colaboración por fundamental y la formación permanente porque era «la clave» para ponerse al día (José Luis Balbín). Hoy, cuando las personas buscan sobrevivir, el futuro no puede ser enarbolar banderas del pasado; más justificada estaría la bandera de la UE delante de las manifestaciones (dormido círculo de estrellas que habrá que reanimar). Ya no caben localismos por bandera, fronteras, mapas, ni viejas ideologías partidistas, sólo caben personas circulando libremente por los territorios con igualdad de servicios para su bienestar (algo que se cuestiona ligado a criterios de empleo y economía). Y es que el empleo (la clase asalariada y el obrero) se agota, y algunos quieren que cada palo aguante su vela. Pero debemos imaginar un mundo distinto desde la colaboración en el marco europeo de las cualificaciones para el aprendizaje permanente, unas cualificaciones de las personas que deben acelerar su actividad productiva autónoma y vocacional. No podemos seguir con el arraigado convencimiento de que la competencia (en formación cerrada de combate como la uve espartana de la bandada de gansos) conduce al éxito. Pues esa común forma y actitud, guardiana de secretos (que luego circulan a voces por la red) abandonando destrezas cognitivas bajo el colchón del desprecio, nos está conduciendo al fracaso. Sin embargo, hay muchas personas y entidades (CERN) que formándose permanentemente para desarrollar su actividad productiva, ahí afuera en el exterior, y colaborando como una bandada de estorninos (desde el amanecer ya están volando) obtienen éxitos. El que quiera dejar la formación permanente en manos de irresponsables AA SS que van en busca de subvención para rentabilizar (con dinero público) sus actitudes obsoletas y de fracaso, allá él, será reo de ellos. La ignorancia amparada por los que, teniendo poder, imponen su razón bajo consignas dogmáticas usadas como axiomas es la pobre argumentación de interesados por mantener el sistema sin reconocer la importancia de la variable tecnológica y su influencia sobre la economía y el empleo (la economía no acierta a diagnosticar la confluencia de tantas tormentas). Sin embargo, tanto antes como en el futuro, el valor más importante para el desarrollo económico de un país será: la formación profesional permanente para la empleabilidad de las personas en una actividad productiva ocupacional (libre, autónoma y vocacional) a lo largo de su vida. Pero nuestra mediocridad nos lleva a ese masoquismo que los hace flotar a ellos en la superficie con su ignorancia de lo obvio (por ejemplo, si el trabajo del minero es penoso y el carbón no es rentable, siéndolo en otros lugares con grandes medios mecanizados y empleos poco penosos, entonces, ¿qué oscuros intereses han impedido la reconversión industrial durante 60 años que llevamos inyectando ingentes cantidades de dinero público sobre el territorio?). De todas formas, la productividad y la actividad crecerán (aunque sea de otra forma) y estarán innovando destrezas constantemente. Las destrezas prácticas se aprenderán in situ y las cognitivas en centros de formación para el aprendizaje permanente. En el futuro la actividad productiva habrá elegido la vida y será fruto de la colaboración de la industria en el campo (voluntaria, manual y residencial) con la robotizada de la ciudad (vocacional, técnica y laboral). Y es que, sin miedo (como en la Transición), podemos ser optimistas y cambiar. Pero puede que, como Stephen Hawking nos avisa, no haya más avisos.

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